EL DINERO IMPORTA MÁS QUE LAS PERSONAS
José María Castillo, teólogo
Si algo está poniendo en evidencia la crisis económica es que el dinero interesa más que las personas, importa más que las personas y se privilegia más que a las personas. Esto, dicho así, representa una brutalidad de tales dimensiones, que por eso no se suele plantear de esta forma tan cruda y descarada. Por eso, para maquillar semejante barbarie, se inventó el principio inviolable de la propiedad privada. El principio que justifica al propietario del dinero para acumularlo, para tenerlo a buen seguro, y para defenderlo haciendo lo que sea necesario con el fin de retener lo que le pertenece, por más que haya gente necesitada que se muere de hambre. Las asombrosas desigualdades económicas y sociales, que vemos a diario y por todas partes, demuestran que esto es así.
Lo peor del caso es que este estado de cosas está amparado por las leyes. Leyes que vienen de lejos, de muchos siglos atrás. Y que han marcado la mentalidad de nuestra cultura hasta el extremo de que casi todo el mundo ve, como lo más natural, que haya individuos tan ricos que ni saben lo que tienen, al tiempo que ahora mismo hay más de mil millones de criaturas humanas que se mueren de hambre. Vamos a decirlo con sinceridad y sin medias tintas: de hecho y tal como funciona la economía mundial, esta mentalidad, que ve la propiedad privada como un principio inviolable, es una mentalidad criminal, aunque, por supuesto, quienes tenemos semejante manera de pensar nos consideramos personas honradas.
Nosotros no hemos sido los inventores de esta mentalidad. La cosa viene de lejos. Dicen que fue el año 451 a.C. cuando se redactó una colección de normas, conocida como las XII Tablas. Lo que interesaba, en estas normas, eran las reglas que gobernaban la propiedad individual y su defensa a toda costa. Por ejemplo, estas leyes disponían que cuando el propietario de una casa capturase a un ladrón en el mismo acto del robo, si el ladrón se resistía al arresto, podía matarlo sin mayor consecuencia (P. E. Stein). Con el paso del tiempo, esta ley (y la mentalidad que a ella subyace) se desarrolló de forma que los juristas se ocuparon preferentemente del Derecho privado y prestaron escasa atención a los asuntos públicos. Este criterio ha marcado la cultura de Occidente más de lo que imaginamos. De ahí que, como bien demostró Bernhard Windscheid, el Derecho que ha configurado a Europa es altamente individualista. En él se alentó la libertad contractual sin ningún miramiento hacia la desigualdad de las partes contractuales. Los juristas dieron la máxima protección a la propiedad privada y redujeron al mínimo la responsabilidad de los hombres de negocios por los perjuicios que causaban a otros en el curso de sus operaciones. Esta la tesis que defiende Windscheid en su Pandektenrecht (1862-1870).
La consecuencia ha sido fatal: el Derecho privado de propiedad ha prevalecido sobre el Derecho fundamental a la igualdad en dignidad y derechos entre todos los seres humanos. Hoy hay personas y movimientos ciudadanos que trabajan por el logro de una mayor igualdad. Pero la tarea es difícil y larga. Porque viene de siglos atrás la idea de la desigualdad como algo esencial entre los humanos. En 1878, el papa León XIII, en su encíclica Quod Apostolici, afirmaba que "la desigualdad en derecho y en poderes dimana del mismo Autor de la naturaleza". Por eso el papa se lamentaba de quienes van propalando que "todos los hombres son por naturaleza iguales" (ASS, 1878, p, 372). Este criterio sigue introyectado hasta tal punto en la mayoría de la gente, que eso explica por qué las legislaciones actuales de los modernos Estados permiten las desigualdades más agresivas en materia de economía. Y por qué los ciudadanos ven eso como algo irremediable, incluso necesario. Así hemos llegado a la espantosa situación en la que ya nadie tendría que dudar que, en la práctica diaria de la vida, asegurar la propiedad del dinero importa más que la dignidad y la vida de las personas.
Publicado por José María Castillo