Quiero ser libre, decimos todos, pero a menudo tenemos una idea inexacta de la libertad. Por ser libre puede entenderse muchas cosas, desde la capacidad de decidir y ser responsable de los propios actos hasta el derecho a no ser coaccionado, y hasta poder hacer de tu capa un sayo. Sin embargo, parece que lo último es lo que más cuenta. Hoy se reivindica la decisión inmediata, volátil y cambiante porque molesta el compromiso. El largo plazo asusta; la gente se divorcia demasiado pronto, los jóvenes cambian de estudios al menor revés, alegando que no le gusta el elegido, y otros buscan en un trabajo sólo las buenas condiciones de horario y salario. Todo muy libre, pero muy poco comprometido.

Este asunto es preocupante. Entre algunos universitarios se ha puesto de moda una idea, disfrazada de progresista, según la cual se apuesta por la comodidad y la ausencia de responsabilidades, aunque el horizonte profesional se reduzca considerablemente. Es verdad que hay que disfrutar del ocio y evitar el estrés, pero sin olvidar que antes hay que explorar el propio talento y la formulación (que unos poseen y reciben en mayor medida que otros), y contribuir a la marcha de la sociedad. Formar y formarse como universitario cuesta mucho dinero, esfuerzo y tiempo, y eso no puede despilfarrarse.

Hoy parte de la juventud piensa que sólo existe el compromiso con los demás si se pertenece a una ONG (muchos pertenecen y eso está bien); mientras parece que no otorga ningún valor moral al ejercicio profesional, que por encima de todo debe tender a la comodidad (y eso no está también).

Algunos de nuestros principios sociales se desajustaron hace dos o tres décadas, con la cultura del pelotazo, las business schools  y los banqueros honoris causa”, Sin embargo, la actual vuelta a los valores también ha tenido sus equivocaciones. Una de ella ha sido disociar el sentido moral de la actividad profesional, como si ambos fueran incompatibles. La sociedad necesita abogados brillantes, investigadores y premios Nobel, igual que necesita taxistas, peluqueras, médicos y financieros;  todas las profesiones son imprescindibles, la clave es ser bueno en calidad y en honradez. No es menos “majo” el universitario que se esfuerza por ser dentro de unos años un buen cirujano o un director, que aquel que abandona su carrera y decide hacer malabares en un semáforo. Nuestro país necesita cirujanos y directores, necesita profesionales sólidos, listos y honrados que creen bienestar y progreso.

No hay que hacer desplazamientos falaces, se puede buscar el compromiso donde sea, pero el compromiso también se encuentra en el propio trabajo. Aunque uno sea mileurista.