Esta época del año despierta una tormenta de emociones y sentimientos. Entre ellos, por supuesto, existe la irritación, esa impresión de fiesta obligada y de imposición de buenos sentimientos, como si éstos fueran algo que se pudiera marcar en el calendario, la locura de las compras mientras nos sentimos al borde del ataque de nervios. Pero aun así, la Navidad sigue siendo el tiempo de los recuerdos de infancia, de los reencuentros familiares, a veces con parientes a los que apenas vemos el resto del año y con los que sentimos que lo único que nos une son nuestros apellidos, pero también con quienes sentimos más cercanos.
Época de reencuentros
“Mis padres se separaron hace seis años de forma amistosa, pero a partir de entonces se acabaron las grandes reuniones familiares por Navidad con toda la familia de mi madre porque mi padre no se sentía cómodo con ellos”, explica Felipe, 39 años. Curiosamente, desde entonces pasamos el día de Navidad sólo nosotros cuatro, mis padres, mi hermana y yo, y son más cálida de lo que habían sido nunca. Incluso mi hermana, que hace unos años tenía muy mala relación con mi padre, ha propuesto que este invierno, en Navidad, nos vayamos los cuatro de viaje.”
Ya que muchas veces vemos estas fiestas como una sucesión de encuentros ineludibles a los que acudimos para contentar a papá o a mamá o, en el caso de nuestra familia política, para no disgustar a nuestra pareja, muchas veces perdemos la oportunidad de disfrutar de estas celebraciones, que son un reencuentro con aquellos que sentimos que forman verdaderamente nuestra familia. “Durante muchos años he odiado las Navidades porque las celebrábamos siempre en casa de mis tíos, con los que nunca he tenido buena relación. Iba por contentar a mi madre, pero sentía que ella tampoco disfrutaba de esos encuentros en los que todos estábamos más preocupados por guardar las formas que por disfrutar verdaderamente de la mutua compañía. Finalmente el año pasado la convencí para que las celebrásemos sólo la familia más cercana, mi madre, mis hermanas, sus maridos, mi sobrino y yo, y fueron las mejores Navidades que recuerdo”, confiesa Andrea, 32 años.
Época de conflictos
Sin embargo, todos sabemos que las Navidades pueden ser también época de conflictos familiares con nuestros padres, especialmente al tratar temas relacionados con el resto de miembros de la familia. Como explica Josefa López Domínguez, psicóloga: “Una relación de igual a igual entre padres e hijos adultos dependerá de la implicación emocional que conlleve la temática a tratar. Es difícil hablar entre iguales con tus padres cuando el tema se refiere, por ejemplo, a un problema con un hermano/a o con un abuelo/a, ya que existen unas tensiones intrínsecas dentro de la dinámica familiar que influyen en las posturas y opiniones de los padres e hijos”.
Sentirnos como niños
Empapados de recuerdos de la infancia, la Navidad también es propicia para ciertas regresiones en las que, hasta cierto punto, disfrutamos volviendo a sentirnos como niños, ya que, como nos recuerda la psicóloga: “La posibilidad de comportarnos de una forma más infantil y desinhibida en mayor ante que personas con las que tenemos más confianza”. Algo que muchas veces nuestros padres viven con ilusión. “Cuando los hijos crecen, dejan de ser niños, pero, a los ojos de los padres, la imagen de que los hijos ya no necesitan su ayuda es difícil de aceptar”, señala Josefa López Domínguez. Cuando logramos establecer una relación de igualdad con nuestros padres, en la que ya no buscamos su aprobación a cualquier precio y en la que hemos logrado recomponernos y asumir sus virtudes y errores, es cuando la Navidad deja de sentirse como una época de obligaciones familiares para ser finalmente un reencuentro con nuestros padres.
NÚRIA BERLANGA