En una de las coplas más corrosivas del Cancionero de obras de burla provocantes a risa titulado el Aposentamiento en Juvera, el anónimo autor satiriza la solemne visita a la península del Legado pontificio Rodrigo Borja -el futuro Papa Alejandro VI-, recibido con gran fausto en Alcalá por los Reyes Católicos gracias al cruel expolio al que fue sometida la población del lugar a fin de sufragar los gastos de la misma en provecho de un puñado de "sanguijuelas públicas", denominadas así por el primer editor moderno del Cancionero, Luis Usoz y Río.
Según verificamos hoy, el episodio no es agua pasada: a la luz de cuanto acaece estos días, reviste al contrario una insospechada actualidad.
Si los frutos espirituales de la carismática visita de Benedicto XVI a Valencia en julio de 2006 y de su recepción grandiosa a cargo de su Comunidad Autónoma no pueden medirse, los frutos materiales de los que se beneficiaron Teconsa, Special Events, Orange Market, Impact, la trama Gürtel y el amiguito del alma del presidente de aquélla, Francisco Camps, sí: de los 6,4 millones de euros del presupuesto, 3,1 fueron a parar directamente a sus bolsillos ad majorem Dei gloriam y de este selecto grupo
de sus avispadas criaturas.
El Vicario de Cristo en la tierra, cuya aura milagrosa debía enardecer el fervor popular, vio potenciado su nimbo con un suministro "de equipamiento de pantallas de vídeo, sonido y megafonía" así como de "instalaciones eléctricas en alta, baja y media tensión", de "telecomunicación electrónica" y un largo etcétera.
Pero la acogida en olor de multitudes se transmutó en hedor tras la difusión por la prensa de la documentación requisada a los artífices y diseñadores del acto.
En una reciente estancia en España, el titular de un periódico madrileño atrajo mi atención: "La Iglesia: pecadores públicos". Por fin, me dije, los obispos han reaccionado frente a la paulatina berlusconización del país y condenan a los corruptos, a la polilla voraz de nuestra democracia. Pero al punto advertí que me equivocaba: los pecadores y herejes privados de la comunión son los diputados que hayan votado a favor de la nueva ley del aborto. Y a mi efímera desilusión se sumó la perplejidad: la defensa de los embriones humanos, ¿merece tan fulminante anatema por parte de quienes condenan en cambio el uso de preservativos ante la pandemia que diezma a la población del continente africano?
Una vez más, comprobé que la Iglesia católica se enquista en su senil intolerancia doctrinal, a contrapelo de la evolución científica de las sociedades modernas, mientras que se muestra acomodaticia en lo que respecta a los gobiernos y autoridades que la sostienen por putrefactos que sean.
Los Camps, Fabras, Encisos, Millets, Matas, etcétera no son pecadores públicos y pueden recibir la eucaristía cuantas veces les apetezca. Quienes aprueban una ley que preserva a los jóvenes de una maternidad indeseada y se esfuerzan en frenar los estragos del sida, no.
Para consuelo de estos últimos -si de verdad se sienten desconsolados- les aconsejo la lectura del poema aljamiado de Juan Zaragoza sobre el Santísimo Sacramento que divulgué en el número de julio de 2009 en El viejo topo.
La conclusión que se impone ante tan grave estrabismo es que el comportamiento indigno de quienes saquean a manos llenas el erario público no preocupa demasiado a una Iglesia que, a fin de cuentas, se lucra con ello como en tiempos del Aposentamiento en Juvera. La reiteración abrumadora de escándalos que salpican a la clase política acaba por aburrir al ciudadano de a pie que, curado ya de sustos, la da por supuesta.
Si, según apuntó en su día Umberto Eco, cuanto más improbable sea el contenido informativo de una noticia mayores serán la enjundia y novedad de su mensaje, hablar de presidentes autonómicos, funcionarios y próceres rapaces es pan cotidiano e insípido.
El notición sería al revés: Fulano lleva 20 años al frente de una administración o entidad públicas y no se ha embolsillado un centavo. Estoy convencido de que los periódicos y canales de televisión le consagrarían sus titulares y divulgarían en sus programas de mayor audiencia.
Las apariciones de Vírgenes, ángeles y santos, acompañadas antaño de milagros de toda índole, no acarreaban gasto económico alguno. Tan sólo después, edificado ya el templo que perpetuaba el lance, la masa de peregrinos que acudían a él en busca de la curación de sus cuerpos y de la salvación de sus almas generaba beneficios.
Mas los tiempos cambian y los actuales organizadores de visitas papales nos sorprenden un día como presuntos mártires amenazados de muerte violenta en una cuneta, a causa de su amor a la verdad y su honradez pública, y el siguiente al volante de un Ferrari descapotable: ¡prodigios de Dios, capaces de sacudir el alma de los incrédulos en nuestros días aciagos de "relativismo moral" y "dictadura laica"!
En vista de ello, habrá que tomar precauciones. Como se anuncie otra visita del Papa a España, ¡ojo al parche!: ¡apriétense los cinturones!
Juan Goytisolo es escritor.
EL PAÍS
Cele –Celestino-