José María Castillo, teólogo
Empiezan a entrar comentarios sobre el terremoto de Haití en los que algunos se preguntan lo que se pregunta mucha gente: Si Dios existe, ¿cómo permite estos desastres con todo el sufrimiento que causan? Mi respuesta es clara: Si Dios existe y es como nosotros nos lo imaginamos, es decir, con poder para impedir que pasen estas catástrofes, ese Dios es un canalla, un criminal sádico. Y no vale aquí echar mano del fácil argumento según el cual Dios es un Misterio. Un "Misterio criminal" sigue siendo criminal, por muy Misterio que sea. Por tanto, mi convicción es que el poder de Dios no es, no puede ser, como nosotros nos lo imaginamos. Nunca deberíamos olvidar que Dios es el Trascendente. Y eso quiere decir que Dios nos trasciende, o sea, no está a nuestro alcance. No podemos saber cómo es. Lo único que sabemos es que el mundo, el planeta, la naturaleza, todo eso es como es. Y no podemos saber si existe algún responsable de que pasen estas cosas. No olvidemos que el relato de Adán y Eva, en el Génesis, es un mito, elaborado por culturas antiguas. Un mito con el que se pretendía culpar al hombre para exculpar a Dios, es decir, según el mito adámico, el mal existe porque el hombre pecó, o sea el culpable del mal y el sufrimiento es el hombre. Pero eso no pasa de ser un mito. Dar, desde ese mito, el salto a la "trascendencia" y así hacernos una idea de Dios sobre el que cargamos todo lo malo que pasa en el mundo, eso es el mayor disparate y la más peligrosa equivocación que han cometido las religiones. En definitiva, lo único sensato que se puede decir en este momento es que el mundo es como es. Y a nosotros, lo que nos toca, es procurar que este mundo funcione de tal manera que en él se pueda remediar o aliviar el sufrimiento lo más y lo mejor posible. Por ejemplo, tenemos que luchar para que la economía mundial se gestione de forma que se puedan aliviar estas desgracias. Todo lo que no sea ver así el problema, es meternos en un callejón sin salida, en el que tendremos además que convivir con un Dios maldito. Tan maldito, que maldita sea la hora en la que nos lo enseñaron así, tan criminal y tan peligroso.