EL TERREMOTO DE HAITÍ Y NOSOTROS
José María Castillo, teólogo
Ante la hecatombe sobrecogedora que ha hundido más aún en la muerte y la miseria al país más pobre de América Latina, el mundo rico y opulento, en el que nos gastamos cantidades asombrosas de millones en cosmética y animales de compañía, en drogas y otras adicciones, en lujos y caprichos (muchos de ellos sin pies ni cabeza), se emociona y se conmociona, se moviliza enviando ayudas y haciendo, a veces, verdaderos heroísmos y tomando decisiones de enorme generosidad. Todo eso está muy bien. Todo eso es altamente meritorio. Hay que hacerlo. Porque quedarse impasible, ante tanto dolor y tanta muerte, sería una crueldad sin nombre. Pero quede constancia de que el Mundo Rico, y cuantos en él disfrutamos de lo mejor del mundo, no lava su conciencia dando limosnas a Cáritas o Cruz Roja, pongamos por caso. Esta catástrofes ocurren porque la Naturaleza es como es. Pero se agravan, hasta el terror absoluto, porque nosotros somos como somos. Un terremoto en Haití e en Centroamérica no es lo mismo que en California o Japón. Cuando ocurre una desgracia de esta magnitud, mucha gente se limita a decir que los pobres son los más desgraciados. Porque es a ellos a quienes les vienen encima las peores calamidades. Si tales calamidades son tan graves, precisamente en los países pobres, eso no ocurre así por casualidad. Ocurre porque en esos países las casas están peor hechas, hay menos hospitales, menos médicos, menos bomberos, peores medios de prevención... Todo, absolutamente todo, está peor preparado para afrontar una situación así. Hace años, a mí me pilló en la ciudad de San Francisco, en California, un terremoto de casi tantas intensidad como el que ha destrozado la capital de Haití. Allí no pasó nada, absolutamente nada. Aquello no fue ni noticia en los medios de comunicación. Porque todo, en un país tan rico, está perfectamente preparado para que los terremotos, que allí son frecuentes y muy fuertes, jamás causen el desastre que ha ocurrido en ese país de tanta miseria y carencias como es Haití. ¿Qué quiero decir, al escribir esto? Quiero decir que la culpa de lo que ha ocurrido en Haití la tiene el sistema económico mundial, es decir, el sistema capitalista. Y ahí es donde tenemos que centrar nuestro interés y nuestras preocupaciones. Bueno y urgente es mandar ayudas a Haití. Pero más urgente es que caigamos en la cuenta de que ya es hora de plantar cara a este sistema criminal y canalla, que gestiona la economía global de manera que, a unos pocos nos toca el 80 % del pastel, mientras que la inmensa mayoría de los habitantes del planeta se tienen que contentar con lo poco que nosotros les dejamos. Este espantoso desequilibrio no se arregla ahora mandando una limosna.
Cele - Celestino-
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