Un sentimiento de ausencias y olvidos recorre mi alma;
un sentir absurdamente solitario y mudo me puebla,
no sé a qué atribuir.
Tengo ganas de oído, de puente,
de un abrazo sincero y largo.
Siempre que me llegan los silencios ajenos, me entran ganas de escribir,
hasta que se agoten las palabras,
para que ellas acompañen mis callares llenos de rocío caprichoso
y hueco resbalando en mis mejillas;
son llantos escondidos por saber ¡algún porqué!
Hay momentos en que callan los labios,
pero es el silencio del alma el que duele más;
siempre pensé que todo se puede hablar;
pero cuando se huye, todo muere y no me parece justo,
ni generoso con quien siempre busca decir palabras, algunas de consuelo,
otras de reflexión, de compañía y muchas de amor, de sublime y puro amor.
Quizá no tengo la gracia, la dulzura o la elocuencia,
pero tengo dolores de amistad, y añoranzas de abrigo, de regazo.
Cuando se ausenta el destino entre las brumas del crepúsculo,
todo el entorno se vuelve gris; como la ceniza que queda cuando el fuego se apaga,
como una tarde de otoño vacía y monótona,
como las notas desteñidas de un arpa dormida.
Este sentimiento de ausencias y olvidos tiene sabor a reproches,
a palabras no dichas, a espacios copiados de otro calendario.
Hoy escribo estas palabras discordantes porque me nace un deseo de oídos,
de puente, de mano tendida y pañuelo,
tengo hambre de tu compañía y sed de sonrisas,
¡tengo ganas de perdón y regreso!
Ninfa Duarte
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