Frío en el alma
En ocasiones, no es fácil encontrar algo cálido. No podría decirse que no nos va bien. Tal vez sea así, pero no nos referimos a eso. Es como si el alma tiritara al compás del latir del corazón. Hace frío. No es solo exterior. Alguna oleada, alguna corriente, un aire estepario que todo lo barre y recorre nos alcanza. Quizás, cierta indiferencia, algún despego o determinado desafecto hayan alterado el equilibrio de la temperatura anímica y hay dificultades para respirar entre los hielos. Se congelan las palabras y apenas se pueden balbucear o castañetear las sílabas. La habitación parece deshabitada, ni muebles, ni decoración, ni nadie. No se oyen risas, ni siquiera llantos.
Caminar sin el aliento de lo que nutre y sustenta la existencia es tan complicado como respirar cuando está contaminado. Es una suerte de impureza paralizante para la acción. Faltan fuerzas y razones. Nos encogemos. Y buscamos y precisamos del abrigo de algún calor, de una mano, de una palabra, de una mirada. Quizás, siquiera de un rincón. Allí podemos coincidir con nuestra alma y sentir la ventisca más de frente. Los pasos parecen difíciles, es como ese mal de altura que se produce también en determinadas profundidades, una especie de mareo que obedece al esfuerzo, a la falta de una respiración en condiciones. Por lo visto, por lo sentido, no estamos en el lugar adecuado. Se trata de alguna dislocación, una distancia de lo que es el hogar, ese fuego que da nombre a toda la casa cuando es lumbre de vida. Y en ese errante paseo, en ocasiones sin movernos del sitio, los huesos helados vertebran cada pensamiento, que parece congelarse en una figura fija, rígida, mortal. No es que en ese frío permanente no puedan anidar buenos sentimientos, es que parecería que no cabe sentimiento alguno. La helada indiferencia lo puebla todo. Vamos y venimos, hacemos y deshacemos, hablamos y callamos, pero no somos capaces de decir nada porque nada en verdad nos dice, porque todo no nos dice nada.
Sin embargo, en las noches de frío, sentados en el banco o arrumbados en los cartones de nuestra alma, tal vez irrumpa a nuestro lado otro silencio vagabundo. Y quizás bebamos la misma espera, el caldo que temple nuestra esperanza. Y a fuerza de compartir el mismo desamparo, acabemos por mirar en la misma dirección y ver pálidos reflejos de luna como presentimiento de un calor por venir. Y el cuerpo próximo caldee nuestra alma. solo otro podría solear estos rincones polares en los que en ocasiones pasa la tarde nuestro ánimo y con afecto hacemos llevadero este frío y ser más próximos, incluso a nosotros mismos, cálidos, con la carencia de lo sentido.
Ángel Gabilondo
CELE -Celestino-
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