PILAR VARELA
Licenciada en Psicología, máster en Sociología Política y en Psicología Industrial.
SOMOS CONTRADICTORIOS
“Yo no tengo nada contra las mujeres, pero a mí me no me opera una cirujana”, lo dijo un abogado solvente, un hombre casado con una mujer trabajadora, un padre de una economista.
“Yo no soy racista, pero no toleraría que mi hija se casase con un negro”, lo dice mucha gente, lo piensa casi todo el mundo. Estas ideas aparentan ser contradicciones, pero obviamente no lo son, porque el abogado solvente sí tiene algo contra las mujeres y los otros sí son racistas. Las contradicciones burdas son poco dañinas de puro ostentosas y torpes, a veces son solo mentiras. “Yo apenas veo la televisión, la única que veo es La 2”. No, no es cierto, La 2 la ve un 5 por ciento de la población; los demás prefieren programas menos edificantes. Pero está bien decirlo, porque con respecto a la televisión, la gente alaba lo que no ve y critica lo que consume. Salvando las distancias, algo parecido le sucede a esos políticos implacables con la moralidad, que son descubiertos un día como asiduos compradores de sexo. Quizá en este caso la palabra sea hipocresía, que es una contradicción inmoral, una contradicción que esconden los que la protagonizan. El problema es cuando uno mismo realmente no es del todo consciente de su propia contradicción. Pongamos otro ejemplo. Unos padres abiertos hablan a sus hijos pequeños de la homosexualidad. Lo hacen por primera vez y cuidan sus palabras inteligentemente. Los niños incorporan una lección de tolerancia a su pequeño esquema de valores. Pero minutos más tarde, viendo todos la televisión, aparece un showman gay y los padres hacen algún comentario levemente burlesco sobre su condición homosexual. Los hijos se quedan estupefactos, ¿no era normal ser homosexual? ¿En qué quedamos? La lección la aprenden los padres. De esas contradicciones todos tenemos algunas; en ellas influye más lo que pensamos racionalmente (qué es lo bueno) que los prejuicios que aún tenemos (qué es lo malo), pero hay que darse cuenta de que los prejuicios existen. Pensar una cosa y hacer otra –la esencia de la contradicción– es uno de los defectos humanos por excelencia. Pero no por común deja de ser perturbador. Interesa despejar la mente de contradicciones y caminar hacia la coherencia (palabra más usada que comprendida y que significa ausencia máxima de contradicciones). Conviene no ignorar inconsistencias y saber que el primer paso para desactivar una contradicción es reconocerla; porque mientras pensemos que “no somos racistas, pero…” es que sí somos racistas.

Cele -Celestino-

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