"Tengo 32 años, un marido, y ni una amiga -confiesa María-. Apenas recuerdo lo que es compartir intimidad, confidencias, risas con algunas de esas amigas que tenía cuando era más joven, a pesar de que éramos uña y carne". El caso de María sólo es uno más de tanto. No es necesaria una pelea o una discusión explícita para que la relaciones comiencen a enfriarse hasta llegar, incluso, a desaparecer. "Yo me casé muy joven, y las que eran mis amigas se están casando ahora. Realmente no tenemos tanto en común", admite María. Sin embargo, reconocer esta realidad no disminiye el vacío que deja el amigo ausente. Desde la psicología se acepta la idea de que las personas somos seres sociales y que, por tanto, necesitamos de los demás. "Con los amigos verdaderos compartimos nuestra realidad más profunda: dejamos aflorar libremente nuestra personalidad y nuestras verdaderas emociones", explica Noemí Fernández Molina, doctora en Psicología.
Falta de equidad
A veces, la separación se debe a la falta de equidad o proporción entre lo que uno da y lo que uno recibe. Así lo explica Irene López Assor, psicóloga: "Hacer amigos es relativamente fácil. Lo que resulta difícil es conservarlos: al principio de la relación se suele cumplir con la ley de dar y recibir, pero en el momento en que uno da más que el otro, se produce un desequilibrio que generará insatisfacción al menos a uno de los dos y que, si no se reestructura, llevará a caminos diferentes a cada uno de los amigos". Este es el caso de Ana, periodista de 36 años: "Con Yolanda, siempre era yo la única que llamaba y luchaba por mantener la relación. Hasta que me cansé y, al dejar de contactar con ella, desapareció totalmente de mi vida".
"La amistad exige mucha energía: llamadas contínuas, intercambio de correos electrónicos, verse de vez en cuando. Reconozco que ha sido por pereza por la que he perdido el contacto con amigos", confiesa José Carlos, de 42 años. Y es cierto: los amigos son difíciles de conservar si no se trabaja la amistad, pero estamos tan desbordados que, en muchos casos, esta se resiente.
Una pseudo independencia
También están los que presumen de no necesitar a los demás "para no deberle nada a nadie". Sin embargo, este amor por la independencia puede ser un pretexto y esconder una personalidad extremadamente sensible a la que han herido en el pasado y que se protege.
Estas experiencias tempranas van marcando una línea y nos influyen, pero no determinan nuestras relaciones. En este sentido, la doctora Fernández explica que " se puede entrar en un círculo vicioso en el que las malas experiencias dañan la austoestima y todo ello resta oportunidades para intentarlo de nuevo. Debemos confiar en nuestras habilidades y recursos personales".
PATRICIA PEYRÓ
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