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El Agobio
( 1º )
Mes de junio, puerta de las vacaciones y mes de exámenes: agobio. La palabra agobio existe en el diccionario de la Real Academia de la Lengua, pero, para nuestra salud, y dado que el lenguaje configura el pensamiento, deberíamos desterrarla de nuestro vocabulario. Es agobiante conversar con una persona que cada tres frases emite el lamento: ¡Qué agobio! Sin percibir el alcance de su insistente spot, amarga la existencia del que le escucha y el de la suya propia. Pero, ¿qué es el agobio y por qué nos agobiamos? ¿Qué nos pasa? Ya Ortega y Gasset dijo que «no sabemos lo que nos pasa, y eso es lo que nos pasa».
Carmen María Imbert Agobio deriva del término latino gybus que significa giba, joroba, carga, de forma que, etimológicamente, el agobiado o agobiada es aquel que lleva una carga, que tiene dentro una giba o una joroba. Cuando se acude a la Psiquiatría, a la Psicología para determinar cuál es la naturaleza del agobio y, por tanto, de sus causas y soluciones, sorprende encontrar que no existe el agobio como tal. Los psicólogos, los psiquiatras, los pedagogos, tienen que determinar ese estado de agobio como estrés, depresión, ansiedad o una simple falta de responsabilidad. Recuperando la raíz de la palabra, se puede decir que el agobio es un sobrepeso, una chepa moral.
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Los agobiados, además, arrastran tras de sí, o al menos lo intentan, a todos los prójimos posibles, porque, cuando se está agobiado, se tiene la sensación de que todo el universo debería ser partícipe de su angustia, y como un agujero negro succiona a quien se le aproxima. Es el caso, por ejemplo, de Nora. Nora vino desde Argentina con una beca para realizar su investigación en la Facultad de Informática de la Universidad Politécnica de Madrid durante dos años. Sus compañeros de departamento la quieren, porque es simpática y no hace problema con nada, no se altera, siempre puede tomar un café, hay tiempo. Al cabo de once meses, su comportamiento ha dado un giro de 180 grados. La crisis económica de su país reduce el dinero disponible para la beca y, por tanto, acelera el tiempo para concluir su trabajo. Ya no es la que era. Nadie se acuerda del color y la forma de su mesa de trabajo, que acumula más y más papeles, todos importantes. La señora de la limpieza no se atreve a pasar por aquel rincón. El calendario marca con señalador fosforito todos los días del mes. No tiene tiempo para decir hola, porque se aproxima un angustioso adiós, que equivale a entrega del proyecto. Ha empezado a hablar sindejarespacioentrepalabras. No se acuerda si éste era el tercer o cuarto disquete que compra, porque no hay manera de encontrar el último, que dejó ahí donde no se le podía extraviar. Come de bocata y lleva post-it de colores por todas partes, le pesan los párpados, lleva andares erráticos y, con frecuencia, mantiene la mirada perdida. Reúne todos los síntomas de la más común de las tragedias actuales: está agobiada. El agobio no es sólo exceso de trabajo, es una reacción de alarma relacionada íntimamente con la actividad. Agobian los quehaceres, los años, las penas. Se imponen actividades o esfuerzos excesivos, nos sumen preocupaciones graves que nos causan gran sufrimiento. ¡Qué agobio! La expresión más desgastada en nuestro quehacer. ¡Qué agobio! Nunca antes existieron tantos medios técnicos para facilitar la vida del hombre; desde los aviones ultra rápidos hasta los pelapatatas a pilas… Sin embargo, nunca estuvo el hombre tan agobiado en la historia de la Humanidad, nunca estuvo tan cerca de la pérdida del señorío personal.
(Sigue)
Doctor José María Sémelas Ledesma Doctor en Medicina, Psiquiatra - Psicoterapeuta
Cele -Celestino-
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