Mi madre, en su lecho de muerte, me retó por estar llorando.
A qué te estás aferrando?- Me preguntó.
En ese momento estaba demasiado aturdido y triste como para que la sabiduría de sus
palabras llegar a mi mente.
Sin embargo, más tarde, logré entender que ella me pedía que continuara con mi vida.
Su tiempo ya había pasado mientras que la mayor parte del mío aún me estaba esperando.
Desde ese momento aprendí a dejar atrás las cosas y me resultó mucho más fácil.
Hace poco me mudé de la casa donde había vivido desde hacía más de cuarenta años.
Recuerdos llenos de alegría, dolor, belleza, sueños,
personas y aventuras invadían cada ropero y cajón de las habitaciones.
Creí que nunca iba a ser capaz de abandonarla y dejarla a extraños.
Pero recordé la pregunta de mamá y sencillamente cerré la puerta y me alejé .
Me di cuenta de que los recuerdos y los sueños que tanto valoraba no quedaban escondidos
en roperos y cajones sino que estaban dentro de mí y que podía levarlos a donde quería.
Es humano aferrarnos a lo que tenemos, pero al hacerlo, destruimos el flujo natural de la vida.
También existe un movimiento natural del amor.
No comienza y termina ni tampoco se encuentra fijo en un punto de nuestras vidas.
Es continuo y expansible, se expresa en experiencias nuevas
y al mismo tiempo vive para siempre en los cálidos recuerdos.
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