Casi no la había visto.
Era una señora anciana con su auto varado en el camino.
El día estaba frío, lluvioso y gris.
Gustavo se pudo dar cuenta que la anciana necesitaba ayuda.
Estacionó su viejo Pontiac delante del Mercedes de la anciana,
Gustavo estaba tosiendo cuando se le acercó, y aunque con una
sonrisa nerviosa en el rostro, se dio cuenta que la anciana estaba
re-ocupada.
Nadie se había detenido desde hacía más de una hora, cuando
se detuvo en aquella transitada carretera.
Realmente, para la anciana, sé hombre que se aproximaba no tenia
muy buen aspecto, podría tratarse de un delincuente.
Mas no había nada por hacer, estaba a su merced.
Se veía pobre y hambriento.
Gustavo pudo percibir como se sentía.
Su rostro reflejaba cierto temor, así que se adelantó a tomar
la iniciativa en el diálogo:
- "Aquí vengo para ayudarla señora.
Entre a su vehículo que estará protegida del clima.
Mi nombre es Gustavo".
Gracias a Dios solo se trataba de un neumático bajo, pero para
la anciana se trataba de una situación difícil.
Gustavo se metió bajo el carro buscando un lugar donde poner el "gato"
y en la maniobra se lastimó varias veces los nudillos.
Estaba apretando las últimas tuercas, cuando la señora bajó la ventana
y comenzó a conversar.
Le contó de donde venía; que tan solo estaba de paso por allí y que
no sabía como agradecerle.
Gustavo sonreía mientras cerraba el baúl del coche guardando las herramientas.
Le preguntó cuanto le debía,
pues cualquier suma sería correcta dadas las circunstancias,
pues pensaba las cosas terribles que le hubiese pasado
de no haber contado con la gentileza de Gustavo....
él no había pensado en dinero.
Esto no se trataba de ningún trabajo para él.
Ayudar a alguien en necesidad era la mejor forma de pagar por
las veces que a él, a su vez, lo habían ayudado cuando se encontraba
en situaciones similares.
Gustavo estaba acostumbrado a vivir así.
Le dijo a la anciana que si quería pagarle, la mejor forma de hacerlo sería
que la próxima vez que viera a alguien en necesidad, y estuviera a su alcance
el poder asistirla, lo hiciera de manera desinteresada, y que entonces...
- "tan solo piense en mí", agregó despidiéndose.
Gustavo esperó hasta que al auto se fuera.
Había sido un día frío, gris y depresivo, pero se sentía bien en terminarlo
de esa forma, estas eran las cosas que más satisfacción le traían.
Entró en su coche y se fue.
Unos kilómetros mas adelante la señora divisó una pequeña cafetería.
Pensó que sería muy bueno quitarse el frío con una taza de café caliente
antes de continuar el último tramo de su viaje.
Se trataba de un pequeño lugar un poco desvencijado.
Por fuera había dos bombas viejas de gasolina que no se habían usado
por años.
Al entrar se fijó en la escena del interior.
La caja registradora se parecía a aquellas de cuerda que había usado
en su juventud.
Una cortés camarera se le acercó y le extendió una toalla de papel
para que se secara el cabello, mojado por la lluvia.
Tenía un rostro agradable con una hermosa sonrisa.
Aquel tipo de sonrisa que no se borra aunque estuviera muchas horas de pie.
La anciana notó que la camarera estaría de ocho meses de dulce espera.
Y sin embargo esto no le hacía cambiar su simpática actitud.
Pensó en cómo, gente que tiene tan poco, pueda ser tan generosa con los extraños.
Entonces se acordó de Gustavo...
Luego de terminar su café caliente y su comida, le alcanzó a la camarera
el precio de la cuenta con un billete de cien dólares.
Cuando la muchacha regresó con el cambio constató que la señora se
había ido.
Pretendió alcanzarla, al correr hacia la puerta vio en la mesa algo escrito
en una servilleta de papel al lado de 4 billetes de $100.
Los ojos se le llenaron de lágrimas cuando leyó la nota:
- "No me debes nada, yo estuve una vez donde tú estás.
Alguien me ayudó como hoy te estoy ayudando a ti. Si quieres pagarme,
esto es lo que puedes hacer:
No dejes de asistir y ser bendición a otros como hoy lo hago contigo.
Continúa dando de tu amor y no permitas que esta cadena de bendiciones
se rompa".
Aunque había mesas que limpiar y azucareras que llenar, aquél día se le
fue volando.
Esa noche, ya en su casa, mientras la camarera entraba sigilosamente
en su cama, para no despertar a su agotado esposo que debía levantarse
muy temprano, pensó en lo que la anciana había hecho con ella.
¿Cómo sabría ella las necesidades que tenía con su esposo?,
los problemas económicos que estaban pasando, y más ahora
con la llegada del bebé...
Era consciente de cuan preocupado estaba su esposo por todo esto.
Acercándose suavemente hacia él, para no despertarlo,
mientras lo besaba tiernamente, le susurró al oído:
- "Todo va a estar bien... te amo Gustavo". .
D/A