Sentado frente al escritorio mientras dibujaba trazos sin sentido,
se preguntaba el por qué de tantos problemas aún
cuando estaba andando bien con Dios.
Al principio no le encontraba sentido.
Concluyó que quizá estaba pagando el precio de seguir a Cristo.
En casa experimentaba complicaciones, no solo con su esposa
sino con una hija que recién había entrado en la etapa de la adolescencia
y se tornaba insoportable, queriendo hacer lo que le venía en gana
al tiempo que expresaba abierta contrariedad con las normas establecidas en casa.
"No puedo soportar una discusión más",
repetía mientras buscaba afanosamente en la Biblia un pasaje
que arrojara luces respecto a lo que ocurría.
Ocupado en esa tarea se encontró con la carta universal de Santiago.
Le pareció viajar en el tiempo y ver al apóstol escribiendo a la luz de un candil
la serie de palabras que alentaron a los primeros cristianos,
inmersos en una persecución inmisericorde.
Leyó:
"...Hermanos, alégrense cuando tengan que enfrentar diversas dificultades.
Ustedes ya saben que así se pone a prueba su fe,
y eso los hará más pacientes.
Ahora bien,
la paciencia debe alcanzar la meta de hacerlos completamente maduros
y mantenerlos sin defecto"
(Santiago 1:2-4. Versión "Nuevo Testamento, la Palabra de Dios para todos").
Todo tuvo un brillo diferente desde entonces.
Comprendió que los problemas,
incluso aquellos que en apariencia son intrascendentes
pero que nos roban la paz,
son la consecuencia natural de una búsqueda sincera de Dios,
que desencadena reacciones airadas de Satanás.
Él pretende llevarnos a un revés espiritual.
Desea que desistamos de caminar con Cristo.
Alegres en las dificultades
Santiago recomienda en cambio: "...alégrense"
e inmediatamente después señala que los obstáculos prueban la fe
y desarrollan en nosotros un carácter especial,
sin el cual difícilmente llegamos a la madurez.
Los muros que se levantan frente a nosotros,
como si se tratara de experiencias de resistencia,
nos preparan para situaciones cada día más complejas.
En tales circunstancias guardaremos la calma
porque ya vivimos condiciones similares y las pudimos vencer.
Hay quienes, en cambio, nunca parecen enfrentar tropiezos.
Una vez se presentan, sienten desmayar,
vuelven atrás en la vida cristiana y guardan la sensación
de que jamás podrán vencer.
De haber madurado por salir al paso de dificultades,
sin duda estarían preparados para lo que viniese.
Formúlese ahora un interrogante esencial:
¿Cuál ha sido mi actitud frente a los problemas?
Tomado de la web