Cortés desacato
No puedo estar de acuerdo con quienes dicen que la falta de autoridad, de respeto y de civismo que sufrimos en estos momentos es la consecuencia lógica de un sistema de enseñanza basado en la represión y la imposición. Se justificaría entonces como un movimiento de péndulo lógico, que oscilaría hasta encontrarse, con el tiempo, en el justo medio.
No, lo niego porque a mí, hace veinticinco años, tiempo suficiente para observarlo con distancia, no se me educó con miedo, ni con castigos, pero sí con una clara deferencia hacia mayores y profesores, con la obligación de un orden y una limpieza que beneficiara a todos, con respeto hacia la naturaleza y a los animales y con una conciencia bien instaurada de que los derechos individuales y comunes debían respetarse. Éramos una generación promesa, los mejor formados de la historia, los que acercaríamos el país a una Europa democrática y madura. Por supuesto, había adolescentes groseros, que se imponían por la fuerza, y que sufrían el rechazo general de mayores y niños. Eran minoría, muchos de ellos claramente marginales.
Ha pasado el tiempo, y quienes hemos acercado España a Europa no hemos sido los jóvenes de esa generación, que agonizamos de aburrimiento, mileuristas y educados, sino los que poseían ya el poder entonces. Ni siquiera merecemos ya el nombre de jóvenes, porque otra generación, veinteañera, ha tomado ese nombre y las calles con un ideario de comportamiento muy distinto. No hace falta caer en la autocomplacencia para ver que su formación, dado lo errático del sistema educativo, es menor; sus modales, muy distintos; sus maneras de afirmación, en ocasiones, antisociales. No puedo creer que se deba solo a un roce generacional. Ha existido una degradación del comportamiento público de los que estos jovencitos son reflejo. Entre ellos, cómo no, existen numerosos ejemplos edificantes, que se sienten tan solo como nosotros los vemos.
No, no se trata solo de una reacción frente a la autoridad: la sociedad ha evolucionado de manera que la forma de sobrevivir de estos jóvenes pasa por el desacato. Son los representantes, los que más llaman la atención: resulta sencillo cuestionar a los jóvenes cuando ya no formamos parte de su grupo. La lupa magnífica. Pareciera entonces que son ellos quienes ensucian, quienes fuman, gritan, se cuelan, presionan, manipulan, desobedecen. Pero lo mismo estamos haciendo los adultos.
Cele. -Celestino-