Ángel Gabilondo
Precaverse de uno mismo
Hay días en que uno parece ser otro. Y no tanto porque se despierte como Gregorio Samsa, convertido en un monstruoso insecto, sino porque lo que hace, incluso la forma de moverse, de comportarse o de pensar no coincide consigo mismo y no hay modo de que se incorpore a la propia vida. Y, sin embargo, no es posible decir que no sean de uno. Aceptar que lo que decidimos no es muy coherente, que incluso resulta incompatible con el relato que uno hace de sí mismo, es difícil. Y, quizá, necesario. No hablamos de esos actos aislados, inconexos y contradictorios, sino de lo paradójico de existencias que uno mismo vive. Cada día tiene su propia dinámica. De ahí, la curiosidad por ver cómo uno se encuentra al despertar. Somos de muchos modos y hay formas diferentes de tramar la propia vida. No hemos de presuponer que no seremos capaces de una enorme generosidad o de un egoísmo sin límites. El modo de ser no ha de reducirse a un estado de ánimo o a una ocasión, pero tampoco está al margen de ellos. Sin duda, tenemos valores, principios y convicciones, aunque también una constante capacidad de desatenderlos.
No es frecuente comprenderse y, menos aún, aceptarse sin entenderse. No sé si los demás han de fiarse mucho de nosotros. Espero que sí. Pero para que ello sea sensato se necesita que precisamente nosotros mismos no estemos demasiado seguros de que no somos capaces de algo poco adecuado, incluso indigno. Quizá podemos llegar a ser lo que se dice "buena gente", pero sólo si nos hacemos cargo de nuestra potencial capacidad de no serlo. Y de tantos actos que lo ratifican. No es fácil siquiera estar a la altura de uno mismo, por poco elevada que esta sea. Defraudarse exige asumir con sencillez que no siempre las sorpresas son agradables.
Los grecolatinos, al finalizar el día, hacían un examen, incluso ponían por escrito lo que esa jornada les trajo, lo que pensaron, lo que soñaron, lo que hicieron, hasta el punto de quizá poder decir, como Séneca, "hoy he vivido". No demos por supuesta nuestra bonhomía. Somos tan complejos, incongruentes y desconcertantes, que la capacidad no siempre definida de sentir y de actuar nos hace prevenirnos de nosotros mismos y anticipamos mediante la reflexión y la meditación. Elegiremos, supongo, no herir ni herirnos. No es suficiente la coartada de la capacidad poco controlable que tenemos de contrariar o de desconsiderar, incluso afectos. Conocerlo, propiciará que, puestos a sorprender, lo hagamos porque esta vez resultemos extraordinariamente cordiales, hasta amables, cuando está claro que algunos no somos así. Amanece. Tal vez sea hoy el día tantas veces esperado.