opinión / Ángel Gabilondo
Con temple
de ánimo
No es fácil saber qué nos sostiene, que nos alienta. No siempre hay una evidente relación entre la situación en la que nos encontramos y nuestro ánimo. Ni siquiera, salvo en casos extremos, comprendemos qué tiene que ver el comportamiento con la efectiva posición en que nos hallamos. No faltarán quienes justifiquen que ello es resultado de razones bien sólidas, no siempre evidentes.Todo puede explicarse poblándolo de dicursos sobre la personalidad, sobre el carácter, sobre la genética, sobre el inconsciente. Pero, una vez efectuado este análisis, el asunto no deja de desconcertar. Nada es más atractivo que una cierta armonía, que no implica falta de pasión. Quienes se desenvuelven con entereza, con coraje, con mesura, nos dan buenas razones para proseguir. Hay quienes parecen comportarse alentados por su simple estado de ánimo. Incluso en tal caso, tal vez aún quede algún resquicio para que esos dictados no se impongan. Se requiere un cierto temple, una capacidad de insurrección contra su imposición, una desobediencia a su imperio y dominación. El temple no es rendición, es resistencia.
En realidad, vivir es siempre reponerse, sobreponerse. Esperar a encontrarse muy bien para hacer algo es garantizar la inacción, la inoperancia, la parálisis. Aguardar a que el estado de ánimo mejore ignora que ello sólo tendrá lugar si no dejamos de actuar a pesar de no encontrarnos en perfextas condiciones.Tampoco es fácil pensar en qué consiste eso, pero está claro que siempre hemos de convivir con dolores, más o menos intensos, del alma. El temple implica ponderación, capacidad de discernimiento, serenidad, autogobierno, entre tanto alboroto y crispación, entre tanto reto y desafío, entre tanto ultimatúm y provocación.
Aprender a no descomponerse en cada ocasión es saber valorar, apreciar, sopesar ajustadamente. Claro que no todo va bien, por supuesto que no todo nos va bien. Quizás sería hasta razonable un cierto desconsuelo, pero muchas veces los mayores lamentos no se corresponden con las peores situaciones. En contextos difíciles, en mañanas grises, en tardes sin horizontes, cuando todo parece acumularse densamente y no se atisban causas y razones, es cuando templar el ánimo es no ceder, sin más, a lo más fácil y cómodo, no dejarse llevar por un impulso de claudicación, saber adoptar la distancia adecuada y dejar latir el corazón sin grandilocuentes taquicardias. Nada desanima más que un ánimo sin temple.
CELE -Celestino-
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