“Voy de prisa porque la vida es corta y tengo muchas cosas que hacer. Cada uno trabaja a su manera y hace lo que puede”. Así se expresaba Voltaire preso por el frenesí que le llevaba a escribir tragedias en quince días. Así vive mucha gente o, mejor dicho, no vive porque quiere beber toda la vida de un solo trago.
La prisa, la velocidad son regalos de nuestra sociedad tecnificada. Así, la prisa se ha convertido en uno de los rasgos más característicos de nuestra manera de pensar, de hablar y de vivir. Llevamos la rapidez en nuestras venas, como si la vida resultara demasiado corta, y quisiéramos apurarla en cada momento viviendo con ansiedad y preocupación. “La preocupación nunca roba su tristeza al mañana, sólo le resta fortaleza al hoy” (A. J. Cronin). Así no vivimos, quemamos etapas y somos fácil presa del infarto. Vivimos en el tiempo del microondas, de lo fácil, de lo rápido. No podemos vivir en la inactividad; preferimos la actividad sin descanso, aunque no tenga sentido. No es nuestro tiempo apto para construir murallas, pirámides y catedrales. Y como no edificamos con bases sólidas, fácilmente se derrumba todo lo hecho y se vienen abajo nuestros proyectos.
Es bueno pensar y pensar despacio. Es mejor aprender a hablar despacio. Es estupendo comenzar de nuevo como un niño a dar los primeros pasos, a dar el tiempo a cada cosa y a cada lugar… No hay que tener prisa, pues lo que sembremos lo tendremos por toda la eternidad.
A/D
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