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General: NAVIDAD EN EL ASILO!!!
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Respuesta  Mensaje 1 de 3 en el tema 
De: IMANPRINCESS  (Mensaje original) Enviado: 29/11/2010 02:31

 

NAVIDAD EN EL ASILO

Esta historia sucedió en una capital centroamericana,

 donde mi esposo
trabajaba
como diplomático. Faltaba una semana para la Navidad

 y la Asociación de
esposas
de los diplomáticos había proyectado una fiesta de

 Navidad en el asilo de
ancianos. En mi calidad de secretaria, tuve que

 telefonear a todas las
asociadas para pedirles que prepararan algún plato

 y fueran a atender
personalmente a los ancianos. La mayoría

 contestaba que encantada
prepararía un
pastel, pero que no tenían tiempo para asistir a la fiesta.

Me molestó constatar que tan solo ocho de treinta

 y cinco asociadas dijeron
que
vendrían a ayudar ¡y tenemos que servir a casi

doscientos ancianos!

El día de la fiesta llegué al asilo a tiempo y Gladys

la presidenta de la
asociación ya se encontraba tras la larga mesa

en la que cada una iba
dejando
su torta. La esposa del embajador americano estaba

preparando el ponche y
cortando pasteles. Las pocas señoras que se habían

comprometido a ayudar
colocaban los adornos de Navidad, organizaban

 las sillas y realizaban los
diversos trabajitos necesarios para poner

en marcha la fiesta.

Qué lástima. Habría deseado que más señoras

 hubieran querido ayudar. ¿Por
dónde
quieres que empiece?

La cálida sonrisa de Gladys casi borró mi resentimiento.

Me pidió que les
llevara la merienda a los ancianos que no podían

salir de su cuarto.

Cómo no; dije agarrando una bandeja. ¡Será mejor

 que comience pronto, pues
voy
a tardar un siglo en servirles a todos!

Empezó la música y no sé quién se puso a cantar

 villancicos con los
ancianos,
que estaban todos reunidos en el inmenso patio del

establecimiento. Yo no
tenía
tiempo de escuchar ni disfrutar las canciones.
Me pasé la tarde corriendo de un lado a otro,

llevando pasteles y ponche,
sin
mirar casi ni de reojo a los pacientes que servía.

 A cada uno le daba
además
una bolsa de caramelos y un regalo. Recorrí todas

 las alas del edificio, me
dolían las piernas de subir las escaleras. Una de

 las tantas veces que
subí,
una viejita que llevaba un vestido estampado,

 rasgado y desteñido me tocó
el
brazo y me dijo tímidamente:

Perdone, señorita. ¿Tendría la bondad de

cambiarme el regalo?

Me volví hacia ella irritada y repliqué:

¿Cambiarle el regalo? ¿Por qué? ¿Es que

 le tocó uno de hombre?

No, no... dijo vacilante. Es que me tocaron perlas.

 Las perlas representan
lágrimas y yo ya no quiero más lágrimas.

Pensé: ¡Qué superstición más tonta! ¡Hay que

 ver cómo está el mundo!
¡Deberían
agradecer cualquier cosa que les dieran!

Lo siento. Ahora estoy muy atareada. A lo

 mejor después se lo puedo
cambiar.

Me fui corriendo para llenar otra vez la bandeja

 y me olvidé al instante de
la
señora.

Con la bandeja llena de tortas llegué corriendo

 a la sección de mujeres, en
la
planta baja. Abrí la puerta del cuarto A-14

 apoyándome de espaldas y una
vez
dentro, di la vuelta; cuando ví lo que había allí,

 me estremecí de tal modo
que
la bandeja me empezó a temblar en mis manos.

 ¡En aquel cuarto feo y
deslucido,
acostada en un camastro de sábanas grises y con

 un camisón raído, estaba mi
madre! ¿Mamá? ¡No puede ser! ¡Mamá está muerta!

 y de estar viva, no se
encontraría en un lugar así. Se trataba de un

 asilo para ancianos sin
familia,
gente pobre y enferma que no tenía donde

 estar ni quien la cuidara.

No podía ser; los ojos me estaban haciendo

 una jugarreta. Cuando volví a
abrirlos pude ver mejor a la mujer demacrada que

 ocupaba el cuarto. No era
mi
madre, sino una viejita de cabello gris y ojos azules,

 que ni se parecía
mucho
a ella. ¿Qué me habría pasado que pensé que esa pobre

mujer era mi madre?
Sería
la madre de otro, no la mía. Entonces, ¿por qué no

 me sentí aliviada? Todo
lo
contrario, me embargó un dolor inmenso y se me hizo

 un nudo en la garganta.

Sin pronunciar palabra, volví a salir justo a tiempo

 para que no me viera
llorar. Por el oscuro pasillo retorné a la mesa

 en la que se encontraba
Gladys
trabajando, muy animada. Se me debía de notar lo

mal que me sentía, porque
su
expresión cambió en cuanto me vio y me dijo:

¿Qué te pasa, Betty? me preguntó, rodeándome

 con el brazo.

Es que ví a mi madre... dije sollozando. ¡Acabo de

ver a mi madre allí en
un
cuarto! No puedo seguir.

Lo que te pasa es que estás agotada.

Tómate un descanso.

Varias personas que se encontraban por allí

cerca empezaron a mirarme.
Agarré
una servilleta y me fui corriendo para que no

me vieran llorar.

Me dirigí a un descansillo de la escalera del ala

 masculina, donde no había
luz
y me senté en el rincón, sollozando. Señor recé,

 ¿qué me pasa? ¿Me estoy
volviendo loca?, y casi al instante oí Su respuesta,

 que no me llegó con
palabras audibles sino en mis pensamientos: «Y

 si repartiese todos mis
bienes
para dar de comer a los pobres... y no tengo amor,

 de nada me sirve.»
(1Cor.13:3)

Caí en la cuenta de que esas palabras iban sin

 duda alguna dirigidas a mí.
Ese
día yo había preparado tortas, caminado kilómetros,

 llevado comida a muchas
personas, pero, ¿para qué? ¿A quién había

estado sirviendo?

 ¿A quién había
tratado con cariño? ¡Ni siquiera me había molestado

 en mirar a nadie! Los
ancianos no significaban nada para mí, ni veía sus

 rostros... hasta que ví
en
alguien que sufría el rostro amado de mi madre.

 Entonces cobraron vida para

los ancianos.

Perdóname, Señor dije en voz baja. Lo he hecho todo

 al revés. Tengo que
volver
a empezar.

Respiré profundamente, me enjugué las

 lágrimas y volví a la mesa de los
pasteles. Gladys me miró desde donde

 estaba ocupada y me dijo:

Ya has hecho bastante por hoy, Betty.

 ¿Por qué no te vas a casa a
descansar? A
partir de ahora nos las podremos arreglar

 con las que estamos.

No me pidas que me vaya le respondí. En realidad

 recién voy a empezar como
debe
ser. Cuando estaba a punto de irme cargando

 otra bandeja, de pronto me
acordé:
Gladys, ¿tienes otro regalo para señoras? Tengo

 que cambiar uno. Ella me
pasó
una cajita que contenía un broche de piedras

 rojas con forma de corazón.

Gracias, es ideal le dije, agarrándola y alejándome

 deprisa hacia el patio.

Haz que encuentre a esa mujer, oré para mis adentros.

 Ni me había molestado
en
mirarle la cara. Había estado demasiado ocupada

 para prestarle alguna
atención
y pasé de largo, como hicieron el levita y el

sacerdote en la historia del
buen
samaritano. Busqué entre todos los ancianos,

de fila en fila. A todos se
les
veía contentos, cantando villancicos mientras

 resonaba la música. Por
primera
vez en todo el día me empecé a sentir feliz.

Entonces ví el andrajoso vestido estampado. La

 señora estaba sentada contra
la
pared, sola, teniendo en su regazo los caramelos

 sin desenvolver y las
perlas.
Se veía muy triste y desdichada. Me

acerqué corriendo.

La busqué por todas partes. Tome, le traje

 un regalo diferente.

Alzó la vista sorprendida y luego, casi como

quien pide perdón, agarró la
caja
y la abrió. Los ojos se le iluminaron como

 un árbol de Navidad y sonrió de
oreja a oreja encantada. Muchas gracias,

 señorita exclamó es muy bonito. De
nuevo se me hizo un nudo en la garganta,

 pero esta vez no me importó. Deje
que
se lo coloque le dije. Y déme esas perlas, que

ninguna falta nos hacen las
lágrimas en Navidad.

Cuando me fui, la dejé cantando en el patio

 con los demás y me dio la
impresión
de que se me quitaba un peso tremendo de encima.

Sólo me quedaba una cosa por hacer antes

 del fin de la fiesta: volver al
cuarto
A-14. De alguna forma tenía que darle las

gracias a aquella paciente, pero
no
sabía cómo. Cuando empujé la puerta, me encontré

 a la señora sentada en la
cama, comiéndose la torta y cuando entré sonrió.

Feliz Navidad, mamita le dije.

Qué bueno que haya vuelto me contestó.

 Quería darles las gracias a todas
las
señoras por venir y hacernos la fiesta.

Me gustaría hacerle un regalo, pero
no
tengo nada que le pueda dar.

 ¿Le puedo cantar una canción?

Ya no me podía contener más y asentí con

 la cabeza. Me senté en la cama
mientras ella me interpretó, con voz chillona,

 tres estrofas de una canción
de
lo más triste y de lo menos navideña

 que he oído en la vida.
Pero el resplandor de sus ojos pudo más que

la letra y dejó bien claro el
mensaje de la Navidad

Autor: Desconocido

 

 
 
 
 
 
 
 
 

  



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Respuesta  Mensaje 2 de 3 en el tema 
De: lolilla52 Enviado: 29/11/2010 10:53

Valeria me lo he leído detenidamente y como siempre terminé llorando

Te explico.

Los ancianos necesitan que se les den caricias que se les escuche porque están muy solos y sus corazones están tristes y hay pocas personas voluntarias para hacerlo

A veces derrochamos nuestro tiempo en cosas que no son necesarias y nadie se imagina lo gratificante que es dar un abrazo a un anciano y que te digan que te quieren

Yo me paso mucho tiempo aquí porque esto me da vida pero mis enfermitos de alzeheimer me dan la vida cada vez que voy y salgo con mi corazón lleno de cariño porque me dan tanto y yo doy tan poco

Que belleza de mensaje

Gracias amiga

Lola

 


Respuesta  Mensaje 3 de 3 en el tema 
De: lolilla52 Enviado: 29/11/2010 13:13


 
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