Si un observador extra galáctico visitara la Tierra con la misión de elaborar un informe para su planeta sobre el desarrollo de la vida inteligente por estos lares, y tuviera a bien aterrizar en un barrio residencial francés, o en una avenida fastuosa de Miami, o en el patio de una mansión de Punta del Este, seguramente se enfrentaría a un dilema intelectual mayor: escribir –o cualesquiera que sea el método de registrar sus observaciones– sobre su experiencia inmediata y relatar con minuciosidad el lujo, la abundancia y la calidad de vida de un aparente paraíso en el universo, o describir la desolación, la miseria, y el terror que tiene que subyacer a semejante despilfarro.
En cada cuerpo bronceado por el sol esteño que consume agua Evian y se pasea en vehículos descapotables de ciento cincuenta mil dólares, en la psicodelia de las luminarias miamenses, en las mansiones de veinte dormitorios donde viven dos adultos, dos niños y dieciséis mascotas en París, si nuestro marciano fuera un tipo medianamente perspicaz, observaría los ríos de sudor y de sangre, la multitud de famélicos cubiertos por las moscas, los ejércitos criminales ejecutando gente en lugares remotos, vería, en suma, la colosal dimensión del infierno concreto y escribiría un memo interplanetario, posiblemente titulado Haití.
Porque después de todo, no hay mucho más que dos posiciones filosóficas fundamentales, las de aquellos que cuando observan las fiestas del consumo, la riqueza, la acumulación de propiedad y el derroche, se les cae la baba y ven éxito, progreso y superación, y las de quienes cuando observan exactamente lo mismo ven la contracara de miseria, ignorancia y abandono que lo permite.
Por eso no coincido con todos los que han dicho por estos días que la comunidad internacional o, con mayor precisión, el mundo rico se ha olvidado de Haití a un año del terremoto devastador que mató casi 300.000 personas, porque apenas ha enviado el diez por ciento de la ayuda comprometida para la reconstrucción; por el contrario, el mundo rico es uno y uno solo con Haití, es necesariamente Haití como revés indisociable de la trama, y todos los excluidos del capital. Sin Haití, y las miserias del África y las Antillas francófonas, todo el poderío económico de Francia no existiría y la base de semejante éxito puede ocultarse por consideraciones estéticas, pero no se olvida nunca.
Haití es el infierno sobre la Tierra porque fue escenario de la primera revolución negra victoriosa y los dueños del mundo ni olvidan ni perdonarán eso y se lo han cobrado con brutalidad por más de doscientos años, y se lo seguirán cobrando hasta el juicio final que, si lo dirige la Iglesia lo tienen completamente amortizado, como bien debería recordarnos la extinta y canonizada Teresa de Calcuta que, como buena agente vaticana, visitara Haití en 1981, prodigándose en elogios al genocida Duvallier.
Al noroeste de Haití se extiende por tan sólo setenta kilómetros el Paso de los Vientos, la entrada a la corriente circular y al suicidio eólico del Mar de los Sargazos, que separa el Cabo San Nicolás en el extremo occidental de La Española, de la Punta de Maisí en Cuba. Setenta kilómetros que habría que navegar en una embarcación hemingwayniana cavilando sobre la significación histórica de lo que se transita.
Porque el Paso de los Vientos es de muchas formas un túnel expuesto que atraviesa la arquitectura dimensional de la especie humana, uniendo o separando dos universos paralelos, dos destinos posibles para “los condenados de la Tierra”, como escribiera Franz Fanon. De un lado, la isla donde triunfó la rebeldía, del otro, la isla donde se concentraron las venganzas, luego que Dessalines declaró la independencia de Haití y echó a los franceses el 1 de enero de 1804, precisamente el mismo día pero 155 años antes del triunfo de la Revolución Cubana.
Mientras la prensa mundial y el pensamiento dominante se empeña constantemente en denunciar a Cuba por no renunciar a su derecho a construir el socialismo y le dedica infinidad de editoriales a demostrar los desgraciado que es vivir en un país donde no se puede ni se alienta a acceder a los bienes de consumo que ofrece el sistema mundo contemporáneo, apenas registra la existencia del vecino calvario, salvo en efemérides y como una curiosidad de ensañamiento bíblico de la naturaleza.
Así se leen editoriales sumamente estúpidos y se escuchan comentarios imbéciles casi todos los días hablando del salario de un cubano medio en relación al dólar, y se ignora olímpica e inmoralmente la devastación de la miseria creole. ¿Es que puede existir mayor contraste? Un país sin analfabetos, con la mayor tasa de universitarios del tercer mundo, que acaba de difundir un producto terapéutico totalmente recombinante contra el cáncer de pulmón, entre centenares de logros científicos que lo ubican como una potencia mundial de la biotecnología, que cerró el año 2010 con una mortalidad infantil de 4,5 por cada mil nacidos vivos, llegando al borde del límite teórico, y discutiendo en asambleas la forma de mejorar su sistema económico y social, con la tierra arrasada de su nación vecina, con el ochenta por ciento de la gente viviendo en la indigencia, sin educación pública, y con un millón de personas sin techo, donde el hambre y el cólera se expanden como un reguero de pólvora ante la mirada impávida de un mundo dedicado a un conferencismo insustancial, mientras la gente se muere a raudales sin la más mínima asistencia.
Y así estarían muriendo solos de toda soledad los hermanos haitianos, si no estuvieran ahí para evitarlo las brigadas médicas de internacionalistas cubanos, con más de mil doscientos médicos haciéndose cargo de la mayor parte de los enfermos ante el silencio de la prensa mundial que lo oculta, y los seiscientos médicos haitianos recibidos en Cuba, constituyendo el mayor contingente médico de nacionales, formados de manera completa y absolutamente en la Escuela Latinoamericana de Medicina. Y así estarían sin educación los pobres haitianos, si no estuvieran los maestros cubanos alfabetizando y asumiendo la educación del pueblo, mientras el mundo habla de las visitas de Clinton y amplifica los lamentos de cuanto burócrata internacional se pasea por Puerto Príncipe.
Puede que Cuba se caiga a pedazos, como dice Pepe, pero esos pedazos están demostrando que en el tercer mundo, y más aún en el Caribe, ningún otro sistema ha logrado más en la preservación de la vida, la expansión de la educación, el abatimiento de la mortalidad infantil, el desarrollo de la ciencia y el conocimiento, la lucha contra el tráfico de drogas y la violencia, y la incorporación de la solidaridad con todo, hasta con lo que no se tiene, como forma de vida. Esos pedazos, aunque se empeñe en ignorarlo la prensa mundial, esos gloriosos e invictos pedazos están peleando solos en mitad del infierno. Esos pedazos están salvando a Haití.
(cuando nombra a Pepe es Pepe Mujica mi Presidente)
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