ser amable
¿Somos buenos por
naturaleza?
La mayoría de los expertos coinciden al afirmar que la bondad está ligada a la cultura y la educación. Ser amable con los demás es parte del proceso de formación de la personalidad.
El gran psicólogo y biólogo suizo Jean Piasget demostró a través de diferentes estudios que no interiorizamos la noción de moral hasta los 8 o 12 años. En uno de dichos estudios contaba a los pequeños una historia y les preguntaba cuál sería para ellos la solución correcta: Juan ha tirado sin querer una bandeja de quince tazas que se han roto al caer. Mientras, Enrique ha roto una taza cuando intentaba coger sin permiso un bote de mermelada de la estantería… Pregunta: ¿Son los dos niños igual de malos? Y si no es así, ¿cuál es el peor? Para los más pequeños, hasta 7 años, habría que castigar al que ha roto quince tazas: para ellos lo que cuenta no es la intención sino el resultado. Para los mayores, de entre 11 y 12 años, en cambio habría que castigar al que intentaba robar la mermelada, ya que es la intención lo que cuenta.
Así pues, la noción de moral se desarrolla con la edad, sumando la educación y nuestras experiencias vitales. “Hay que recordar que, aunque entre la niñez y el principio de la adolescencia se va formando la personalidad y vamos aprendiendo todos estos conceptos, no es hasta los 25 años, aproximadamente, cuando se acaba de formar totalmente el desarrollo psíquico, por lo tanto, estos conceptos siguen evolucionando con el paso de los años –subraya Jordi Isidro Molina, psicólogo-. No es lo mismo la moral cuando tenemos 10, 20, 40 u 80 años. Hay una progresión en los conceptos de bondad y amabilidad, y también de la maldad y la poca amabilidad, dependiendo de las circunstancias vitales.”
La influencia de los padres
El niño pronto manifiesta su apego al padre o la madre mediante la identificación, queriendo convertirse en lo que él o ella encarna a sus ojos; y si su progenitor le reenvía una imagen de bondad, de generosidad, el niño tiene todos los números para querer basar su comportamiento en el del adulto al que habrá idealizado. “El yo busca parecerse a aquel que se propone como modelo”, indica Freud.
Como señala la psicóloga Noemí Balada: “La bondad se aprende al ver al otro siendo amable y bondadoso, y ése es el modo de aprendizaje más poderoso. Podemos decirles a nuestros hijos que hay que ser amables con los demás, pero si actuamos ante ellos del modo contrario pesará más la información no verbal que la verbal, y seguramente acaben actuando como nos han visto hacerlo.”
Inversión en amabilidad
“Practicando y ejercitando la amabilidad obtenemos, normalmente, más amabilidad por parte de los otros, y eso refuerza nuestra autoestima individual y social”, nos recuerda Jordi Isidro Molina. Pero cuando el entorno nos es hostil a todos nos cuesta más ser amables. “La amabilidad se basa en el aprendizaje y en la recompensa –explica Isidro Molina-. Si obtenemos un premio que puede ser en forma de sonrisa, agradecimiento, abrazo, favor, dinero, etc., seguiremos potenciando esa amabilidad. Si recibimos desprecios, dejaremos de ser amables. Por lo tanto a más amabilidad, más refuerzos positivos recibimos.”
Cuando ofrecemos y recibimos amabilidad se vuelve mucho más fácil ocuparse del otro, respetarlo y darle un lugar. Porque nosotros mismos tenemos la sensación de tener uno en la sociedad. Reconocidos en nuestro trabajo, por nuestros iguales, escuchados por nuestros seres cercanos, tenemos la sensación de poder realizar nuestras aspiraciones más profundas. Ese sentimiento de dignidad nos permite persistir en nuestra buena voluntad frente al otro.
NURIA BERLANGA
Cele -Celestino-
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