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EL RINCON DE CELE: ¿POR QUÉ NOS CUESTA TANTO ELEGIR? -cómo tomar decisiones
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Respuesta  Mensaje 1 de 1 en el tema 
De: cele19331  (Mensaje original) Enviado: 21/02/2011 18:40

Dossier
 
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   ¿Por qué nos cuesta

                tanto elegir?

Superar

la indecisión

 

De las pequeñas decisiones cotidianas a las grandes resoluciones que pueden cambiarlo todo. La vida no deja de ser una sucesión de elecciones. Aunque a veces, ahogados por la marea de posibilidades y desconectados de nosotros mimos, acabemos por no saber lo que nos conviene.

 

¿Natural o de fresa? ¿Bio o desnatado? ¿Pack de cuatro, de seis o de ocho? ¿Leche de vaca o de soja? ¿Recipientes de cristal, de plástico p de cartón? Ningún estudio ha contabilizado todavía en número de preguntas a las que debemos responder antes de que, en el supermercado, nuestra mano se dirija firme y decidida al pakc de cuatro yogures con trocitos de fresa y en vaso de cristal. Nos pasamos la vida teniendo que decidir. No paramos ni un momento. Desde los yogures hasta las cuestiones más revelantes de nuestra existencia, como la persona con la que viviremos, el empleo que vamos a aceptar o a rechazar, la concepción de un hijo, la compra de una vivienda con una hipoteca de 10 o 15 años, un compromiso político o religioso… Y un sinfín de asuntos más o menos determinantes en nuestro devenir vital,  Sea grande o pequeña, cualquier elección requiere una calma mental que nos permita actuar con claridad. “He decidido dejar mi trabajo y cambiar de vida –explica Elisa, de 38 años-. Estas decisiones las tomé reflexionando mucho y sin sentirme presionada. Sin embargo, el día que tuve que elegir un sofá para mi nuevo apartamento perdí completamente los papeles. Tenía la impresión de ser incapaz de saber lo que quería, e incluso quien era. Todo por un sofá.”

Como nos explica el escritor y psicólogo Pablo Palmero: “Para decidir de manera sentida hay que tener unas condiciones mínimas de contacto interno con uno mismo, claridad y tranquilidad emocional. Por ello, bajo determinados estados de alteración, tomar decisiones resulta muy dificultoso. Tener que elegir entre unos calcetines rayados o unos lisos puede ser suficiente para despertar una espiral de autodesprecio. De hecho, a veces, frente a la duda, cuanto más simple es la decisión, peor nos sentimos”.

 

Escucharnos y ser flexibles

Claridad mental, contacto interno para recocer nuestros verdaderos deseos, tranquilidad emocional, tres condiciones que, como señala el terapeuta, nos permiten decidir con serenidad, pero que, condicionados por nuestra propia historia personal, a menudo no son fáciles de alcanzar.

Durante mucho tiempo, los individuos han visto su destino definido desde su nacimiento: clase social, profesión transmitida de padres a hijos, rol dentro de la estructura familiar… Afortunadamente, el desarrollo de las sociedades democráticas ha abierto la posibilidad de elegir mucho de lo que, hasta entonces, se había impuesto. Sin embargo, muchas veces, en vez de vivir la libertad de elección como un logro la vivimos como un peso. Palmero señala que esto es debido a que “tener que tomar cierto tipo de decisiones nos pone en contacto con la desconexión interna”.

En ocasiones, el miedo a cuestionarnos a nosotros mismos nos lleva a mantenernos en nuestras decisiones, aunque la evidencia nos demuestre que nos perjudican o nos impiden avanzar. Como explica Palmero: “La falta de receptividad es suplida con actitudes defensivas, enjuiciativas y de autoafirmación; roles de apariencia ultrasegura, radicalismos, dogmas, intransigencias, etc. Por lo general, cuanta más inseguridad tenemos, más apariencia de convicción intentamos transmitir. Más rigidez y menos escucha hacia uno mismo y hacia los demás. Destapar este tipo de inseguridad pone de manifiesto  que nos aguantamos sobre unas vigas de papel. Pero reconocer la confusión y la contradicción interna es el primer paso para lograr una verdadera coherencia en las decisiones”.

 

Decidir con autonomía

En otras ocasiones, nuestra dificultad para elegir proviene de nuestro miedo a equivocarnos, a ser rechazados o reprendidos. “El miedo al fracaso y a elegir desde uno y para uno, acostumbra a encerrar temor al castigo y al rechazo –subraya el psicólogo-. En las personas, la necesidad de aceptación por parte de los demás es prioritaria. Desde pequeños nos resignamos a elegir para satisfacer las expectativas ajenas, principalmente las de nuestros padres. Cuando ya somos adultos, seguimos haciendo lo mismo, pero ahora, dirigidos por los convencionalismos sociales.” Así, continúa: “Seguir las decisiones del grupo nos permite ‘funcionar’ sin tomar consciencia de la dependencia irresuelta que albergamos”.

Para saber elegir es necesario tener una autoestima lo suficientemente sólida como para atrevernos a pensar y actuar de forma independiente, Una seguridad interior que se construye en gran medida durante la infancia. Como apunta el psicoterapeuta: “La falta de respeto y apoyo durante la niñez deja tras de sí un poso de inseguridad y dificultad para construir un verdadero sentido de la autonomía y la independencia”.

Esa inseguridad personal nos lleva a tomas decisiones basadas en una aprobación externa en vez de en un acuerdo con nosotros mismos. Tal y como explica Pablo Palmero: “Desde la precariedad identitaria las decisiones tienden a tomarse buscando la autoafirmación y el reconocimiento social. En estos casos el esfurzo es para conseguir un reconocimiento que, generalmente, no llega o no es como esperamos”.

Para ello: “Las decisiones sólo resultan liberadoras cuando son tomadas desde la autonomía y la independencia personal. Es desde aquí que podemos sentir la liberación y el placer de dar espacio al propio movimiento.” Así, atrevernos a decidir escuchándonos y procurando ser honestos y coherentes con lo que realmente somos multiplica las posibilidades de hacer elecciones que nos hagan sentir bien con nosotros mismos.

 

Sin miedo al fracaso

Sin olvidar aceptar, con esa misma confianza, que nuestra decisiones, a pesar de ser sentidas, pueden también no ser las buenas y dándonos la oportunidad de equivocarnos. Si no nos damos ese margen y esperamos a actuar y tener completa seguridad sobre las posibles consecuencias de nuestras decisiones, caeremos en la inacción porque es imposible tenerlo absolutamente todo bajo control.

Así, debemos ser capaces también de afrontar nuestros temores recordando, como nos indica Palmero, que no debemos tener miedo al miedo, pues “éste sólo es perjudicial cuando es reprimido y negado. Cuando es sentido, es posible actuar desde é. No tendremos la imagen que esperamos y esperan de nosotros, pero seremos honestos y coherente”,

 

¿Natural o de fresa? ¿Bio o desnatado? ¿Pack de cuatro, de seis o de ocho? ¿Leche de vaca o de soja? ¿Recipientes de cristal, de plástico p de cartón? Ningún estudio ha contabilizado todavía en número de preguntas a las que debemos responder antes de que, en el supermercado, nuestra mano se dirija firme y decidida al pakc de cuatro yogures con trocitos de fresa y en vaso de cristal. Nos pasamos la vida teniendo que decidir. No paramos ni un momento. Desde los yogures hasta las cuestiones más revelantes de nuestra existencia, como la persona con la que viviremos, el empleo que vamos a aceptar o a rechazar, la concepción de un hijo, la compra de una vivienda con una hipoteca de 10 o 15 años, un compromiso político o religioso… Y un sinfín de asuntos más o menos determinantes en nuestro devenir vital,  Sea grande o pequeña, cualquier elección requiere una calma mental que nos permita actuar con claridad. “He decidido dejar mi trabajo y cambiar de vida –explica Elisa, de 38 años-. Estas decisiones las tomé reflexionando mucho y sin sentirme presionada. Sin embargo, el día que tuve que elegir un sofá para mi nuevo apartamento perdí completamente los papeles. Tenía la impresión de ser incapaz de saber lo que quería, e incluso quien era. Todo por un sofá.”

Como nos explica el escritor y psicólogo Pablo Palmero: “Para decidir de manera sentida hay que tener unas condiciones mínimas de contacto interno con uno mismo, claridad y tranquilidad emocional. Por ello, bajo determinados estados de alteración, tomar decisiones resulta muy dificultoso. Tener que elegir entre unos calcetines rayados o unos lisos puede ser suficiente para despertar una espiral de autodesprecio. De hecho, a veces, frente a la duda, cuanto más simple es la decisión, peor nos sentimos”.

 

Escucharnos y ser flexibles

Claridad mental, contacto interno para recocer nuestros verdaderos deseos, tranquilidad emocional, tres condiciones que, como señala el terapeuta, nos permiten decidir con serenidad, pero que, condicionados por nuestra propia historia personal, a menudo no son fáciles de alcanzar.

Durante mucho tiempo, los individuos han visto su destino definido desde su nacimiento: clase social, profesión transmitida de padres a hijos, rol dentro de la estructura familiar… Afortunadamente, el desarrollo de las sociedades democráticas ha abierto la posibilidad de elegir mucho de lo que, hasta entonces, se había impuesto. Sin embargo, muchas veces, en vez de vivir la libertad de elección como un logro la vivimos como un peso. Palmero señala que esto es debido a que “tener que tomar cierto tipo de decisiones nos pone en contacto con la desconexión interna”.

En ocasiones, el miedo a cuestionarnos a nosotros mismos nos lleva a mantenernos en nuestras decisiones, aunque la evidencia nos demuestre que nos perjudican o nos impiden avanzar. Como explica Palmero: “La falta de receptividad es suplida con actitudes defensivas, enjuiciativas y de autoafirmación; roles de apariencia ultrasegura, radicalismos, dogmas, intransigencias, etc. Por lo general, cuanta más inseguridad tenemos, más apariencia de convicción intentamos transmitir. Más rigidez y menos escucha hacia uno mismo y hacia los demás. Destapar este tipo de inseguridad pone de manifiesto  que nos aguantamos sobre unas vigas de papel. Pero reconocer la confusión y la contradicción interna es el primer paso para lograr una verdadera coherencia en las decisiones”.

 

Decidir con autonomía

En otras ocasiones, nuestra dificultad para elegir proviene de nuestro miedo a equivocarnos, a ser rechazados o reprendidos. “El miedo al fracaso y a elegir desde uno y para uno, acostumbra a encerrar temor al castigo y al rechazo –subraya el psicólogo-. En las personas, la necesidad de aceptación por parte de los demás es prioritaria. Desde pequeños nos resignamos a elegir para satisfacer las expectativas ajenas, principalmente las de nuestros padres. Cuando ya somos adultos, seguimos haciendo lo mismo, pero ahora, dirigidos por los convencionalismos sociales.” Así, continúa: “Seguir las decisiones del grupo nos permite ‘funcionar’ sin tomar consciencia de la dependencia irresuelta que albergamos”.

Para saber elegir es necesario tener una autoestima lo suficientemente sólida como para atrevernos a pensar y actuar de forma independiente, Una seguridad interior que se construye en gran medida durante la infancia. Como apunta el psicoterapeuta: “La falta de respeto y apoyo durante la niñez deja tras de sí un poso de inseguridad y dificultad para construir un verdadero sentido de la autonomía y la independencia”.

Esa inseguridad personal nos lleva a tomas decisiones basadas en una aprobación externa en vez de en un acuerdo con nosotros mismos. Tal y como explica Pablo Palmero: “Desde la precariedad identitaria las decisiones tienden a tomarse buscando la autoafirmación y el reconocimiento social. En estos casos el esfurzo es para conseguir un reconocimiento que, generalmente, no llega o no es como esperamos”.

Para ello: “Las decisiones sólo resultan liberadoras cuando son tomadas desde la autonomía y la independencia personal. Es desde aquí que podemos sentir la liberación y el placer de dar espacio al propio movimiento.” Así, atrevernos a decidir escuchándonos y procurando ser honestos y coherentes con lo que realmente somos multiplica las posibilidades de hacer elecciones que nos hagan sentir bien con nosotros mismos.

 

Sin miedo al fracaso

Sin olvidar aceptar, con esa misma confianza, que nuestra decisiones, a pesar de ser sentidas, pueden también no ser las buenas y dándonos la oportunidad de equivocarnos. Si no nos damos ese margen y esperamos a actuar y tener completa seguridad sobre las posibles consecuencias de nuestras decisiones, caeremos en la inacción porque es imposible tenerlo absolutamente todo bajo control.

Así, debemos ser capaces también de afrontar nuestros temores recordando, como nos indica Palmero, que no debemos tener miedo al miedo, pues “éste sólo es perjudicial cuando es reprimido y negado. Cuando es sentido, es posible actuar desde é. No tendremos la imagen que esperamos y esperan de nosotros, pero seremos honestos y coherente”,

NURIA BERLANGA

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Cele -Celestino-



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