La sensualidad no sólo forma parte de nuestra existencia, sino que es una de las fuentes de placer más importante de nuestras vidas. Íntimamente ligada a ella, le sexualidad es la inequívoca base de nuestro origen, existencia y evolución. Hecho que ni siquiera la Iglesia puede poner en duda.
Existen personas que han conseguido mejores experiencias sensuales y sexuales que otras. Incluso habrá quien piense que la vida de algunos animales, como por ejemplo los gatos, es perfecta, o al menos mucho mejor que la suya. Sin embargo, todos estamos de acuerdo en que, aunque en muchas ocasiones el instinto animal del hombre prevalezca sobre su lado socializado, se puede afirmar que el hombre no es un animal. Si bien es cierto que, en ocasiones, se comporte como tal... Desde tiempos inmemoriales, civilización tras civilización, y en particular el mundo occidental, se han empeñado en proclamar a través de la voz de la Iglesia que el sexo es pecado y que despierta los instintos más primitivos, que, por supuesto, debemos reprimir. No obstante, ante semejante rotundidad, una cuestión surge de inmediato. Si no practicáramos sexo, ¿acaso nosotros existiríamos?
La filosofía, la sociología y, por supuesto, la psicología han reflexionado a menudo sobre qué buscamos en el sexo, más allá de la reproducción. ¿Hasta qué punto la sensualidad y el sexo forman parte de nuestra vida?
Placeres humanos
Dicen que la naturaleza es sabia y, en efecto, es así. Los animales y los humanos tienen comportamientos muy distintos ante el sexo. Como su sistema nervioso es diferente, sus sensaciones y comportamientos también lo son. Tanto es así, que los animales, a diferencia de los humanos, sólo sienten la necesidad de procrear para garantizar la supervivencia de la especie.
En cambio, en el sistema nervioso de los humanos, además de las sensaciones, también entra en juego los sentimientos, las emociones y la pasión. Por tanto, las sensaciones de placer y de sufrimiento están estrechamente relacionadas. Sin embargo, es necesario encontrar el equilibrio entre amabas a nivel hormonal.
Según Eva María González, psicóloga-sexóloga: "La conducta humana es consecuencia de factores biológicos, psicológicos y sociales. La sexualidad humana está enraizada en lo biológico (hormonas sexuales, edad, estado físico), y la propia actividad sexual produce cambios fisiológicos (aumento ritmo cardiaco, vasocongestión...), pero también intervienen elementos psicológicos (sentimientos, ideas, prejuicios...), sociales y culturales, que a través de normas, prohibiciones y presiones limitan el sexo a un determinado fin. Es el caso de nuestra sociedad, que durante siglos ha vinculado las relaciones sexuales a un fin exclusivamente reproductivo. En la especie humana, el placer sexual no va necesariamente unido a la reproducción (se puede tener relaciones sexuales en la menopausia o con la menstruación); por tanto, la sexualidad puede cobrar un sentido totalmente diferente a la mera función biológica y convertirse en fuente de placer, bienestar, afecto, comunicación, etc. A diferencia de la conducta animal, que es instintiva, está bajo control hormonal y está vinculada a la supervivencia y a la procreación. Existe una especie animal en la que la conducta sexual no depende de las hormonas ni tampoco está vinculada a la supervivencia, al igual que en los humanos: se trata de los bonobos (nuestros más inteligentes parientes primates y más semejantes a nosotros). Quizás son los animales que mas relaciones sexuales tienen, ya que ellos no limitan la sexualidad con normas morales, ni tampoco eliminan el derecho al placer como hacemos los humanos".
¿Podemos vivir sin sensualidad?
Los hombres han nacido con gustos e inclinaciones diferentes gracia a su particular herencia genética, a la cultura y a la educación recibida. No obstante, contener los impulsos y la necesidad de sentir placer es un compromiso que sólo depende de la voluntad de uno mismo. Aprender a controlar este apetito no es tarea fácil. Según la psicóloga-sexóloga Eva María González: "La vida en sociedad supone ciertas dosis de represión sexual de carácter social y cultural. Pero existe una represión sobrante, innecesaria, que dañaría al sujeto como tal al tachar de inadecuada y pecaminosa la expresión de sí mismo, que siempre es sexual". González explica que existen dos tipos de represión: "En primer lugar, una represión sexual interna: el raciocinio, las emociones y el estado de ánimo son factores que pueden reprimir; y en segundo lugar, una represión sexual externa: al vivir en sociedad, para ser aceptado, el individuo sexual se somete a unas reglas de convivencia".