Es evidente que estar cansado no es lo peor que a uno le puede pasar. En ocasiones, es un modo de reconocer y de constatar el propio cuerpo, la propia alma. Y, más aún, de sentir las huellas de alguna labor en el auténtico ámbito en el que reside el cansancio, que es en el espíritu. No faltan veces, sin embargo, en que más se parece a un estado constitutivo que a una fatiga pasajera o coyuntural. De una u otra forma sentimos la necesidad de procurarnos lo que, en mayor o menor medida, nos permita descansar.
Pero no es tan fácil poder o saber hacerlo. Ni está claro que deseemos el descanso eterno, aunque a primeras luces, evidentemente, así resultaría duradero. Solo cabe hablar de descanso si no es por siempre, y si se acompaña o responde a alguna tarea. De entre ellas, vivir no es la menor. Así que parecería que precisamos y queremos descansar de vivir. Pero esta voluntad también podría ser peligrosa. Entonces, quizás el cansancio no sea sino una muestra de nuestra finitud, de nuestra condición fugaz y efímera y de que vivimos. Y tal vez, entonces, estemos cansados, no de vivir, sino de vivir así. Este es ya otro cansancio, el que podría preludiar un alumbramiento, el de un modo diferente de vivir. Al menos cabe esta inquietud, la de si estamos cansados o si cansamos. Y la de hasta qué punto tendrá una cosa que ver con la otra.
Mientras tanto, el tono cansino va apoderándose de cada cual y se aloja en las comisuras resecando la mirada. Y no solo. No es patrimonio de ninguna edad. No faltan jóvenes agotados. Nada por esperar, salvo el deseo de que en ningún caso, suceda algo. Que no ocurra nada, decimos. Nos felicitamos de que no haya novedades, que empezamos a identificar con posibles malas noticias. Y, mientras tanto, sin saberlo, nuestra llegada no es ya la irrupción de la alegría. Porque ya no lo es para nosotros llegar. El descanso entonces se refugia en el hacer. Aprender a reposar en cada acción es darle a cada ocupación su demora, su sabor. Y, a veces, ciertas ocupaciones son relajante descanso y la acción fecunda es alivio, compañía, el pecho en el que reposar, en el que vagar, en el que viajar, en el que dormir. El verdadero declinar, la falta de fuerzas, nacería así de cansar a los demás. De nuevo el cansancio que uno tiene es el cansancio que uno da, que uno procura. "Me cansas" es peor que "me irritas".
Por eso en ocasiones nos cansa, no lo que hacemos, ni siquiera lo que dejamos de hacer, sino lo que no ocurre en absoluto o lo que pasa sin que nos pase. Más aún, el peso de lo que atraviesa cada uno de nuestros días, no lo que nos espera, sino la que nos espera, como se acostumbra a decir. No solo son hechos y tareas. Pero si alguien nos aguarda, las fatigas se diluyen y las fuerzas se recobran.