Romeo y Julieta, Dido y Eneas, Tristán e Isolda, Marco Antonio y Cleopatra, los amantes de Teruel… ¿Hubieran soportado la presión del día a día? ¿Su amor habría vencido la cotidianidad de una jornada plagada de obligaciones, hijos, problemas laborales, crisis económica, frustraciones, cansancio y… la presión del tempus fugit …? Dicen que el amor puede con todo, pero la mayoría de las veces, el rostro de la costumbre es demasiado alargado para mantenernos en armonía con nuestra media naranja. El refranero popular nos lo recuerda, con sorna, desde tiempo inmemoriales: “El matrimonio es la tumba del amor”, “Practicas menos sexo que un casado”… Antes de compartir techo con la persona amada, cualquier atisbo de rutina nos parecía una oportunidad de común regocijo… Casi un milagro en hecho de llenar la nevera, comprar juntos el periódico, colgar una estantería o ver la tele abrazados. Pero … a medida que pasa el tiempo, son muchas las parejas que descubren haber alojado a un huésped molesto entre su cuerpo y el del ser querido: “Madame Aburrimiento”. A partir de ese instante, los días se suceden sin novedad. Todo está dicho, todo compartido, el sexo es repetitivo o sin emoción y los hermosos silencios cómplices de antes han pasado a ser molestas losas de tiempo, carentes de palabras. “Cuando l apareja ha dejado de ser un caluroso refugio para convertirse en la peor de las prisiones… Cuando nos sentimos languidecer, soñamos con nostalgia con otro tiempo de vida y hemos perdido nuestra capacidad de diversión: debemos estar alerta”, explica Raúl Padilla, terapeuta. “Si sentimos miedo a los cambios –prosigue-, habrá que aprender a vencerlos, porque el aburrimiento es la peor de las costumbres para dos personas que se quieren…” Son muchos los que dependen no sólo de su pareja, su trabajo y su mal llamada vida rutinaria, sino de uno mismo y sus propias e inamovibles decisiones. “Temen variar determinaciones y decisiones, ya tomadas, por temor a no ser consecuentes… Lo que en realidad están enmascarando es un innegable miedo al riesgo”, concluye el terapeuta… ¿Qué hacer, entonces?
¡En el borde del precipicio!
Sara y Pedro tienen tres hijos: dos biológicos y uno adoptado. El pequeño llegó al hogar de los Sanz con algún retraso emocional y mucha necesidad extra de atención, por no hablar de los desplazamientos a terapia, logopedas, recuperación escolar, sumado a todas las tareas cotidianas ya existente en el hogar… A las diez de la noche, Pedro detecta que las ojeras de Sara parecen tener vida propia. No llega a estar malhumorada pero advierte un dejo de amargura en su tono y sus respuestas. Por no hablar del tiempo que hace que no emerge una caricia por parte de la mujer que más ha amado. El sexo, ni mencionarlo. Aún recuerda cómo se conocieron, cómo se desearon desde el primer día, la complicidad inmediata que sintieron y la sintonía única en la que llevan vibrando desde hace nueve años. Para no desatender esa pulsión medular, Pedro ha pergeñado un plan: quedar son su mujer una vez a la semana, toma runa copa, juntos y solos. Llegarán por separados; arregla él, pintada ella… Y con la única intención de pasar un rato juntos, hablando de ellos mismos, su relación, sus miedos, sus ansias, sus anhelos y proyectos. Concluirán la velada en un hotel con los niños en casa, a cargo de un canguro. Aparcarán los problemas familiares, la casa, la hipoteca y los trabajos para el resto de la semana. Esa noche les pertenece… “Esta pareja - según el experto Raúl Padilla- ha sabido soslayar el ingrato obstáculos del aburrimiento, con imaginación, voluntad, amor y determinación, han sabido introducir novedades en su vida de pareja, sin desatender su rol de padres, profesionales y humanos con responsabilidades. En mi opinión, representan un modelo a imitar”.
Lo conocido es lo mejor
Laura, en cambio, dice ser profundamente feliz… Al menos, de ello se jacta. Conoció a Jaime hace 20 años y llevan casados más de una década. Toda una vida de monogamia avala su decisión, diariamente renovada. En todo este tiempo han pasado muchos baches: económicos, de salud, familiares, laborales, crisis de crecimiento personal… Pero, juntos, parecen haber sabido encontrar la clave para seguir adelante. Las palabras de Laura son continuos elogios hacia su vida cotidiana junto a su pareja. No han tenido hijos, viven en una bonita casa y todo parece marchar a la perfección. ¿Incluso en el sexo? –le preguntan, curiosas, las amigas-. “En la cama, mejor que en ningún otro aspecto de la vida –responde, invariable – nadie me acaricia como él, ningún beso podría saberme mejor que los suyos”. Bien sabe Laura que una cosa es rutina y otra, muy distinta, el ritual… La liturgia de explorar el cuerpo conocido como quiere ser examinado en cada momento. La emoción, sin sorpresa, de saberse amado como uno ya ha expresado desearlo. El colchón afectivo de la pasión sobre un amor acrisolado. Jaime sabe lo que necesita Laura y se lo da con creces. Laura reconoce a la perfección las urgencias de su marido y siempre intenta complacerle. “Son parejas que han crecido al unísono –matiza el terapeuta-, que miran juntas en la misma dirección, como recuerda en cuento zen, y no han evolucionado cometiendo el error de mirarse el uno al otro, intentando desmedidamente satisfacerse, cediendo parcelas de si mismos y de su propia libertad. En ellos, la rutina es una emoción positiva. Es difícil que una unión de estas características sienta la losa de la costumbre”, matiza el experto.
De la tumba al camino fácil
“Aunque el sexo por el sexo a veces esté bien, no es el nirvana…”, cantaba Luis Eduardo Aute, el músico del desamor. El mismo tema que escucha Juan una y otra vez en el CD del coche. No es una forma más de oír una canción, porque la letra le ataca directamente al corazón. Convive con Marta desde hace siete años, lo que no le ha impedido, desde hace tres, llevar una doble vida, tanto vital como sentimental. Primero fueron pequeños platonismos cibernéticos: SMS con antiguas compañeras de de facultad, algún que otro mail con atisbos de coqueteo con colegas de trabajo. Una noche de copas, celebrando la cena de Navidad, se enrolló con la jefa de Recursos Humanos y se abrió la veda para su corazón. Se dijo a sí mismo que no era nada, que no perturbaba la convivencia con su chica, que su pareja estaba en “otra dimensión”. Se mentía. Ya en ese momento, Marta había dejado de ser una prioridad para su piel. A día de hoy, acariciarla, prácticamente le espanta. Siempre está ausente, siempre aburrido. Desde hace meses, cuando se acuestan, ha tomado la determinación de hacerse el dormido. Su vida en pareja es la caricatura de lo que siempre soñó. “Juan ha tomado el camino más fácil –aclara Raúl Padilla-. Mejor la ruptura que la mentira. Es posible que la “Dama de la Rutina”, que todo lo puede, le haya hecho pensar que sabe todo de Marta, pero siempre hay zonas por explorar, zonas en sombra donde se ocultan nuevos deseos y necesidades. A fin de cuentas, somos seres en continuo movimiento. Pero la fuerza de la costumbre no ha llegado sola, él tiene tanta responsabilidad como su pareja. Es más que probable que Juan sienta un terrible vacío y que el sexo esporádico con los nuevos cuerpos que busca le guste menos de lo que esperaba. Pero tendría que ser muy valiente para confesárselo a sí mismo”, concluye el experto.
Son sólo tres ejemplos que se podrían exponer. Si la cotidianidad mata el amor o lo deja herido de muerte. Si el aburrimiento acecha nuestra vida en pareja como un buitre leonado hasta cercarnos en el peor de los hastíos. Siempre, a pesar de la falta de tiempo, el cansancio, las obligaciones y la falta de apetencia, son muchas las cosas que podemos poner en marcha para solucionarlo.
ÁNGELES LÓPEZ