opinión / Pilar Varela
Licenciada en Psicología
Con mi vara de medir
¿Quién describe al mundo? ¿Quién determina qué es lo que está bien y lo que está mal? ¿Quién diferencia lo normal de lo anormal? Yo, siempre yo. Cada ser humano es el parámetro de todas las cosas; el YO es la referencia inconsciente para arbitrar la vida.
Yo trabajo lo normal, yo como lo normal, yo viajo lo normal, yo soy la norma. Cada cual es su propia vara de medir, la regla invisible pero implacable con la que se analiza todo. Esa comparación del mundo con uno mismo funciona inexorablemente; unas veces en asuntos simples, como por ejemplo valorar la estatura (son altas las mujeres más altas que yo y son bajas las que son más bajas que yo) y otras veces en asuntos más complejos y profundos. En todos ellos convertimos lo subjetivo en objetivo y sancionamos las cosas, pero ¿es esa vara de medir tan indiscutible?, ¿es nuestra verdad la única verdad? Obviamente no, pero a ver quién es capaz de reconocerlo.
La educación es un terreno idóneo para analizar este fenómeno. Los padres responsables son estupendos (hicieron un diseño educativo impecable, se esforzaron mucho), pero no son perfectos aunque se lo crean, y a veces les falta autocrítica y un poco de flexibilidad. Puede suceder que cuanto más estupendos, más inflexibles. Cuidado con los triunfadores, tener las ideas muy claras y haber tenido éxito laboral y personal conlleva su cierto peligro; uno se siente en posesión de la verdad. Es más interesante haberse equivocado alguna vez; entonces la vara de medir ya no es tan infalible, y nuestras convicciones permiten otras certezas, porque dos verdades pueden ser contrarias sin dejar de ser verdades. Pero esto no siempre nos cabe en la cabeza, somos obcecados, la posición buena siempre es la nuestra, y los equivocados son siempre ellos: es la hija que cuelga su carrera para irse al fin del mundo o el hijo que se enamora de alguien que no nos convence, es el jefe que nos exige más disciplina o el médico que pretende convencernos de dejar el tabaco. ¡Todos equivocados!
Hay que atreverse a ver el posible error en nuestros argumentos y la posible verdad en el argumento ajeno. Tendríamos que salir del micromundo, mirar hacia otros lados y olvidarnos de ese Yo tan indiscutible, tan celebrado y quizá tan soberbio. Estaríamos mejor preparados para cuando la vida nos demuestre que no teníamos tanta razón y que lo bueno, lo acertado, lo normal, era lo que pensaba nuestra hija.
Cele -Celestino-
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