UNIÓN FECUNDA
La vida encuentra su sentido en la expansión, en la propagación, en ofrecer mucho fruto, si no se agota en su vaciedad. Las personas se realizan en la medida en que cumple su misión, que pueden aportar algo a los demás, si no quieren secarse en su esterilidad. No hay que preguntarse sobre lo que esperamos nosotros de la vida, sino lo que la vida espera de nosotros.
La alegoría de la vid insiste mucho en este tema de los frutos. Los sarmientos están ahí para dar mucho fruto, de lo contrario sólo sirven para el fuego. Y para dar fruto se necesitan dos cosas. La primera es la unión con la vid, que el sarmiento se deje llenar de la savia. Un sarmiento empapado de la savia será una maravilla. A su tiempo lo veremos cargado de hermosos racimos. Y la savia es el amor. El amor siempre es fecundo, el egoísmo por el contrario siempre es estéril. Y la savia es el Espíritu, que es capaz de producir los frutos más generosos.
La segunda cosa que se necesita es la poda. Podría darse el caso de que el sarmiento, en vez de aprovechar la savia, se enviciara con ella. Hace falta, por tanto, un trabajo de cultivo para encauzar convenientemente el laboreo interior de la savia. El Padre es el labrador. Y el Padre sabe que la poda es necesaria, aunque sea dura. El sabe manejar muy bien las tijeras para que el corte, siempre sangrante, resulte menos doloroso. Son cortes liberadores, para que el sarmiento no se apegue a follaje y hojarasca, y se concentre en la misión que se le ha encomendado, el dulce fruto de la vid. Para crecer hay que cortar.
Es verdad que tendemos a la dispersión, a los apegos inútiles, a la distracción, a las evasiones, a los caprichosos entretenimientos. Por ahí se nos va la vida. Por ahí hay que cortar, para no recargarnos de cosas innecesarias, de deseos angustiosos, de inútiles preocupaciones, de distracciones alienantes. Esta poda se siente hoy más necesaria por el ambiente consumista que nos envuelve. Andamos excesivamente recargados y dispersos.
La poda puede tener en realidad tener muchos nombres, como enfermedad, fracaso, desilusión y desencanto, persecución, críticas o calumnias, malentendidos, desajustes en la convivencia, problemas en la familia, cambio de misión, circunstancias adversas o desgraciadas, desapegos interiores... El Labrador sabrá bien por dónde hay que cortar. Y tú, que ya sabes por qué, déjate cortar.
(recop. de R. PRIETO)
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