“Resucitó de veras mi amor y mi esperanza”
Es el primer mensaje de la resurrección de Jesucristo, en boca de María Magdalena. Ciertamente que Cristo es el amor y la esperanza de esta mujer. Era el amor y la esperanza de sus discípulos. Ha sido el amor y la esperanza de todos los que a lo largo de la historia pusieron sus ojos en él. Y es, sin duda, nuestro amor y nuestra esperanza.
Hemos seguido a Cristo en su Pasión y hemos tratado de comulgar con sus padecimientos. Como Magdalena, como los discípulos, como María, la madre piadosa, hemos sentido un gran dolor. Pero no sólo con el recuerdo de lo que sufrió Cristo, sino con la comprensión de lo sigue sufriendo. La Pasión y la muerte de Cristo siguen siendo tan actuales como la primera vez. Hemos visto padecer y morir a Cristo en tantos miles y millones de hermanos pobres y pequeños. Y hemos seguido escuchando sus gritos de abandono y sus palabras de perdón.
Pero Cristo resucitó de veras, y nuestro corazón se alegra. Cristo resucitó de veras y nosotros recabamos la esperanza. Si él ha resucitado, todo puede cambiar, todo ha de cambiar.
La resurrección ilumina el misterio del dolor. Desde la resurrección, el sufrimiento adquiere sentido y la muerte encuentra salida. Seguiremos sufriendo y gritaremos la flaqueza de la carne, porque somos débiles, pero con esperanza; continuará la pasión del mundo, pero puede ser redentora. La muerte se nos seguirá acercando, pero ya no nos dará tanto miedo. La losa de los sepulcros fue una vez removida, y ya sabemos el secreto y tenemos la fuerza para removerla siempre.
Vuelva la vida.
Pues, ¿qué se creía la muerte? ¿Se creía haber triunfado en toda regla por haber dado muerte a la Vida? . Reía la muerte creyéndose vencedora, mientras guardaba celosamente su trofeo en el sepulcro. Pero aquello duró dos días. Al tercer día, todo cambió. Se repitió la palabra creadora: “Vuelva la vida”, y el Espíritu de vida alentó sobre el cadáver, y la vida volvió a florecer.
Cristo está aquí
Cristo resucitó y está aquí. Sentimos su presencia vivificadora y llena de amor. No nos hacen falta otras pruebas.
Por eso, él está aquí y aquí nadie está muerto. Esa es la prueba más grande y convincente de la resurrección: que también nosotros estamos resucitados.
Estamos resucitados porque no tenemos miedo ni nos domina la tristeza ni nos dejamos atrapar por la duda. Estamos resucitados porque el Señor nos contagia la fuerza y la alegría de su Espíritu. Estamos resucitados porque nos queremos, pero con un amor que nos es nuestro, que es un don de la Pascua.
Si alguien no se quiere, ése no está aquí. Si alguien carece de esperanza, ése no está aquí. Si alguien sigue hundido en el miedo o en la pena, ése aún no está aquí. Aquí nadie está muerto, porque Cristo resucitado está aquí. “Que nadie se sienta muerto cuando resucita Dios”. Aquí nadie está muerto.
Cristo también está allí
Cristo resucitó y está también fuera, dinamizándolo todo con su energía transformadora. Él está allí, en los hombres sinceros y responsables, en las personas que luchan y se entregan, en la sociedad que se construye, en el mundo que progresa.
Encontrar a Cristo resucitado. A lo mejor no lo encuentras en el templo y lo encuentras en la calle. A lo mejor no te dice nada junto al sagrario y te llamó
Sembrar a Cristo resucitado. Es tu misión, ser testigo de la resurrección. No en todas partes encontrarás signos de vida y esperanza. Puedes encontrar todo lo contrario, la corrupción generalizada, con síntomas claros de descomposición y de muerte. Entonces no puedes limitarte a compadecer o criticar. Tu tarea es la de sembrar semillas de resurrección.
Eres sembrador de resurrección, es decir, poner gracia en el fondo de la pena, poner salud donde está la herida, poner amor donde hay condena. Poner honradez donde hay corrupción. Buscar la paz donde hay terrorismo. Sembrar resurrección es poner perdón donde hay ofensa, poner alegría donde haya tristeza, poner unión donde hay discordia, poner esperanza donde hay desesperación, poner amor, mucho amor, donde hay odio o egoísmo o desamor. Sembrar resurrección es estar con los pobres, integrar a los excluidos, levantar a los que yacen en el polvo, es meter al pobre y al que sufre en el corazón.
“Apiádate de la miseria humana”
Oh cordero fuerte y victorioso. Oh Cristo resucitado, míranos compasivo, tiende tu mano segura para que no nos hundamos. Conoces bien nuestra debilidad, sabes hasta donde puede llegar nuestra miseria y nuestra indignidad. Queremos ser ciegos voluntarios; preferimos dar coces contra el aguijón; nos desesperamos o nos asustamos con facilidad. Apiádate de nosotros, apiádate de la humanidad, condúcela hacia la Pascua eterna.
Y darnos también la capacidad de apiadarnos los unos de los otros: de los crucificados de nuestra historia: de los pueblos para que se promocionen; de los que sufren, para que sean confortados; de los marginados y excluidos, para que sean acogidos desde la solidaridad y el amor; de los que viven en la frustración del paro, en la pobreza y la en esclavitud y desesperanza.(-Las causas sociales, económicas y política de su “crucifixión”-). Que tu resurrección sea para nosotros y para todos los hombres motivo de renovación y alegría.
Cristo-Jesús resucitado, apiádate de nosotros.
(Recop. de R. Prieto)
Cele -Celestino- |