QUIEN POSEE A QUIEN
Poseer honestamente y de un modo discreto esos bienes que tanto contribuyen a nuestro bienestar no es malo. Humanos al fin, suspiramos por cosas que nos producen satisfacción y los bienes, muchas veces, son el medio que nos la proporcionan en alguna medida. El mal no consiste en poseer bienes, sino en permitir que esos bienes nos posean a nosotros.
Ruskin ilustra uno de sus ensayos refiriéndose a un hombre que hacía una travesía en un trasatlántico. De repente la nave se vio envuelta en llamas y al grito de sálvese quién pueda, el hombre se preparó para lanzarse al agua. Pero antes de hacerlo, fue a su camarote y se ciñó con un fuerte cinturón donde guardaba una gran cantidad de monedas de oro. Apenas cayó al agua se hundió bajo el enorme peso que llevaba consigo. Ruskin preguntaba: ¿quién poseía a quién mientras este hombre se hundía? ¿El hombre al dinero o el dinero al hombre? La respuesta es obvia.
El mundo lleno de esclavos de muchas cosas que en sí no son malas. El dinero mismo, en sí, no es malo. Pero es malo el ansia desmedida por poseerlo. Lo mismo podemos decir del trabajo que mantiene atado a muchos los siete días de la semana. El afán de la competición no le da a esa persona una oportunidad para atender a su familia. Cuando se llega a esta situación se pregunta: ¿quién posee a quién?
Con dinero puedes adquirir conocidos, pero no amigos. Tener gran residencia, pero no calidez de hogar. Puedes tener lujos, pero no admiración. Puedes adquirir comodidad para dormir, sabrosura para comer, objetos para deslumbrar; pero no el sueño, la salud, el aprecio callado y merecido.
El dinero no es sinónimo de paz; es a veces semillero de inquietudes. Abre muchas puertas en el mundo, pero cierra muchos cerrojos en el alma. Todo lo envuelto en dinero parece reluciente, como agrandando la personalidad y no se perciben los verdaderos valores.
Contaminado con el dinero, todo se corrompe; úsalo en calidad de servidor, no de señor. Sirve para repartirse de hombre en hombre, no para que lo arrebaten y hasta se combata por él. Sirve para que la caridad nos inunde, no para que la avaricia nos apriete. Pide a Dios el dinero en su justa medida, porque facilita la vida y abre los caminos. Si es muy escaso, llena de angustia; si es excesivo, llena de hastío.
Hay muchos millonarios atormentados, que cantan sin voz, duermen sin sueños y respiran sin vivir. Coloca el signo de pesos en su justo lugar, de manera que no estorbe al signo de la generosidad ni al signo del amor.
Cuando el hombre se materializa, el corazón se endurece, se pierde sensibilidad, y cuando se pierde sensibilidad, ya está acechando la muerte. Poca cosa es el dinero. ¿Qué lugar ocupa en tu vida?
Fernando Alexis Jiménez
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