PILAR VARELA
Licenciada en Psicología.
Confía en mí
Subí a mi hija de apenas dos años a la mesa del salón y le dije: "Venga salta que yo te cojo". Ella dudó un instante e inmediatamente saltó a mis brazos. ¡Qué niña tan valiente", dije, y ella me respondió: "Otra vez". Entonces seguimos jugando, haciendo cada vez más ancha la distancia y más divertido el salto.
Meses más tarde repetimos el juego en la piscina (más difícil todavía) y después, con el paso del tiempo, se sucedieron otras circunstancias en las que animé a mi hija a atreverse y ella confió en mí.
Si existe una red invisible que sustenta una gran parte de las relaciones humanas, esa es la confianza. Los seres humanos se han fiado unos de otros. Mucho antes de que aparecieran las tarjetas de crédito y los pagarés, un apretón de manos significaba un acto de fe recíproca y rubricaba un acuerdo, sin más aval que la confianza. A veces, la confianza es la más sólida de todas las leyes, hasta de las amorosas. No es fácil de explicar, pero es una honda sensación, un crédito vinculante, un convencimiento.
Dicen los estudiosos del amor que la estabilidad de una pareja requiere cariño, pasión y compromiso; pues bien, casi todo el mundo asocia compromiso con matrimonio, papeles, juez o cura, pero en realidad compromiso es fundamentalmente confianza; confianza en la lealtad del otro y confianza en la entrega de uno mismo. Cuando esa sensación se resiente, el amor se torna doloroso y se resquebraja. Lo mismo pasa con la amistad, donde, aunque no existen compromisos escritos, cuando la confianza desaparece, también desaparece la amistad, y seguramente de modo fulminante.
Gran parte de los prejuicios negativos tienen como fundamento la desconfianza: se desconfía de las mujeres o de ciertas etnias, de los feos, o de los obesos, porque sí, sin razón ni justificación.
La confianza se proyecta y se recibe. Hay personas que son dignas de confianza y otras que son fraudulentas. Pero la confianza es también un modo de entender las cosas, una actitud ante la vida: hay personas confiadas, mientras que otras son suspicaces. Para estos últimos su lema es "Desconfía y acertarás". El desconfiado no está en paz, casi nunca, porque en su trastienda emocional siempre existe la sospecha, y seguramente las maldades que atribuye al otro son precisamente las que él posee.
No todo el mundo es bueno, pero mucha gente sí lo es. Merece la pena pensar así; confiar, vivir confiadamente y saltar sabiendo que unos brazos nos están esperando.