Cuando llegan nos desbaratan, nos desequilibran y nos hacen frágiles. Pero también son avisos para que despertemos, oportunidades para cambiar y mejorar o señales para retomar temas pendientes.

Demasiado centrado en sí mismo, Víctor no se da cuenta de que su universo está a punto de derrumbarse. De la noche a la mañana, su mujer le abandona, le despiden de su trabajo, a su madre le son indiferentes sus problemas y sus amigos están demasiado absortos en solucionar sus propias vidas para prestarle atención. Sin esperarlo, desearlo ni querido, esta crisis que está viviendo le llevará a replantearse los valores de su propia existencia. La película La crisis, de la directora francesa Oline Serreau, muestra hasta qué punto las crisis pueden resultarnos beneficiosas... aunque en el momento no seamos capaces de verlo.

  "Las crisis personales son un síntoma -señala Ángeles Rubio, doctora en Sociología-. Sobrevienen cuando nuestra estabilidad sufre una quiebra: algo que se posee resulta ahora insoportable o algo que no se tiene resulta ahora imprescindible. Pensamos en ellas como algo negativo porque se ven acompañadas de desorientación y sufrimiento. Sin embargo, no debe olvidarse que el sufrimiento es un aviso: incluso cuando no sabemos a qué se debe el malestar, el sufrimiento puede estar informando del hecho de que nuestro tipo de vida es insano, o incorrecta nuestra forma de pensar o de entender la existencia".

Cambiar para mejorar- "Salía todas las noches, coqueteaba descaradamente con cualquiera, no quería compromisos. Esa vida tan vacía pronto me pasaría factura. Dos meses después sentí un profundo vacío interior. Entendí que era el momento de replantearme mi vida", confiesa Sol, de 41 años. Uno de los aspectos positivos de las crisis es que nos ayuda a ver la vida desde otra perspectiva distinta a las rutinas y pautas de comportamientos anteriores, a descubrir cosas nuevas. "Por ejemplo, una crisis de identidad que surge porque queremos encontrarnos, nos pone en el disparadero de analizar por qué no estamos satisfechos con nuestra vida o con la persona que hemos llegado a ser; a replantearnos nuestros objetivos, el día a día, el sentido de lo que hacemos y con quien nos encontramos y, lo más importante, qué podamos cambiar para mejorar: nuestra conducta, relaciones, organización del tiempo u ocupaciones", señala Rubio.

  Cuando la vida nos lo pone difícil y nos hace enfrentarnos a estas situaciones imprevistas, no todos reaccionamos igual: podemos elegir entre hundirnos, salir a flote, ignorarla, o agarrarnos a un clavo ardiendo. Lo más normal es que primero nos hundamos, toquemos fondo y remontemos con fuerza. De cómo reaccionemos ante ella, dependerá lo positiva o negativa que resulte para nosotros, como explica por su parte José Luis González de Rivera, doctor en medicina y catedrático de Psiquiatría "Nuestro cerebro está construido para resolver problemas y para superar dificultades. Se cree, literalmente, cada vez que le damos la oportunidad de realizar algunas de sus tareas favoritas, tales como poner orden en el caos. Por el contrario, la huída de la realidad, aunque parezca gratificante de momento, reduce nuestra fuerza moral, deteriora nuestra capacidad mental y nos expone a más sufrimientos y adversidades que los que pretendíamos evitar".

 Una segunda oportunidad- Una vez que ha pasado, la mayoría de la gente suele valorar haber atravesado una crisis profunda porque les ayudó a recuperar algún aspecto de ellos mismos que ignoraban o que tenían olvidado y a volver a sus prioridades, o porque gracias a ellas sus vidas cambiaron de rumbo.

  No en vano los chinos representan la palabra "crisis" con dos ideogramas: uno de ellos significa "peligro"; el otro, "oportunidad". Porque, aunque apreciamos la estabilidad y la seguridad, una crisis es un regalo, una oportunidad que nos empuja a ir más allá.

  "Es verdad que el mundo se ve distinto después de una crisis, y eso puede hacer que el sujeto se encuentre mejor o peor que antes, dependiendo de los recursos o habilidades y de su aprovechamiento de los apoyos con los que haya podido contar", añade con acierto José Luis González de Rivera.

Eso sí, no todo es un camino de rosas. Mientras la crisis dura, se pasa mal: "el sufrimiento que se experimenta entonces revela la lucha interna entre las partes de la personalidad adaptadas a las viejas circunstancias y aquellas que tenemos que formar para seguir viviendo en un mundo que la crisis ha cambiado. La sensación de ruptura es la más desconcertante, pero también la más importante: nos obliga a reconstruir una nueva visión de la realidad, a desarrollar nuevas habilidades", concluye.

EVA GRACIA