EPITAFIO DE CORAZONES
Barra de bar, epitafio de corazones sin medida. Miradas que hacen muecas y muecas, veo las mentiras detrás de sus ojos. Sentado en una mesa retomo el Misplaced Childhood en la privacidad de mi mp3, frente a mi grueso cristal, ajeno el resto del local con sus mercaderes de risas mudas, muecas sordas, besos ciegos y caricias impedidas para continuar su ritmo de frivolidad y escaqueos sentimentales en su baile de máscaras... medalla al pecho, muesca en la culata, una noche más, carne fresca por el balcón, espejos manchados, es lo único que importa. Camino por los perímetros de nuestras indecisiones y cobardías, hasta encontrar el reloj de arena del compromiso rodar y romperse en mil pedazos, esparciendo en el suelo el silencio del tiempo no llegado. Recomponiendo el puzzle de las incógnitas con nuevas piezas blancas para que, al llegar la noche, mientras duermo, la suerte se escabulla con una lima con que amañar sus formas, romper lo que encaja, y por si acaso, esconder una pieza en el cajón de los triunfos, ese con tantas telarañas. En la mesa, frente a mí, un mapa, una ciudad nueva, siento sus calles conocidas, apenas un paseo por sus extrarradios y ya puedo andar a ciegas hasta en el último de sus callejones. Me preguntaste como lo hacía, te di el resultado, la respuesta final a la incógnita, pero aun no es momento de que lo sepas todo, hay un tipo de magia que es tan real que asusta. El caso es que puedo orientarme allí dentro, y proyectar nuevas calles si es preciso, ampliar tus fronteras, sin dibujar un solo trazo. Sabes que no se dibujarte, solo me salen trazos oblicuos, calles imposibles. Así que escribo en caóticos pedazos de papel que voy pegando con tiras de celofán a los extremos de tu mapa, como un urbanista sin recursos, ampliándolo por cada punto cardinal de tu geometría, hasta perderme en el lienzo de tus piernas. En los descansos garabateo palabras en tus venas, en las paredes, en el interior de tus paredes, y con cada letra aumento el mapa para que seas capaz de orientarte allí dentro, volver a habituarte a su código de colores, como si fuera otra ciudad y sin embargo es la tuya, aun lo es, tu lugar, el único verdadero, hasta que recuerdes como moverte sin romper nada, el paso calculado de cada autobús, el final de cada calle desembocando en tus deseos, la noche adentrándose en cada avenida de tus miedos mientras andas un paso por delante de ti misma, obligándote a reparar tu tejado roto por la última tormenta, nacida de algún miedo vertiginoso, o incapacidad, o condena, que arrasó otro pedazo.
Pasear otra vez como aquella mañana, cuando tú eras la verdad encarnada en camiseta de tirantes y nos alimentábamos con palabras que atravesaban el ventanal del que nos descolgábamos entre risas de lavanda. Me regalabas canciones y yo sentía que se estaba haciendo tarde, tarde para escribir y rasgar el papel, tarde para llevarte al tiovivo que soñaste, en esta feria de corazones rotos. Señalabas con el dedo los coches que pasaban mientras reías como el agua, y un par de horas después veíamos el mar subidos a un tranvía. Todavía hay un parque allí que mantiene en la hierba tu silueta, inamovible, separada unos centímetros del suelo, alejada de la realidad. Llegada la noche entrabas en mí, sobre mí tus caderas eran insalvables, anchura de mi anchura, y yo era ambidiestro sobre tu piel y tu pecho. Me quedé colgado del postigo de tus pupilas mientras fotografiabas las marcas de nuestras pieles juntas como una contorsionista imposible.
Y cuando creas que es tiempo de irse. Cuando creas que es tiempo de irse. No te sorprendas, los héroes nunca se muestran.
Pero eso, ya lo sabes, hay ciertas cosas que nunca te digo, cosas que subrayas y tocas, y lees, llueve, y rozas, y subrayas, tanto... Me descuelgo de esa ventana para tocar tus puntos suspensivos y quedarme saltando desde el primero hasta el tercero, sin caerme por la orilla del abismo y adivinar a que palabras sustituyen. Mientras tanto gira un pensamiento en el hueco de tu pecho y te lanzaré una cuerda trenzada con verdades inamovibles.
Sólo quería que fueras la primera. Sólo quería que fueras la primera. Las cenizas arden, arden. Las cenizas arden, arden.
Y ahora, asomados al patio de las indecisiones, observando las paredes naranjas oscureciéndose poco a poco por la lluvia, los narcisos se marchitan bajo el peso de la cobardía, y el tejado de madera apenas puede contener este sentimiento líquido en una presa que desborda en emergencia todas las consonantes perdidas en plena noche, mientras me mirabas, te miraba, y solo existíamos de perfil para el resto del mundo.
Salgo del local, me resulta significativo que ahora, mientras camino por las calles, vuelva a resbalarme en las baldosas húmedas por la lluvia.
A/D
...hay ciertas cosas que nunca te digo...
Cele -Celestino-
fondo layla 2011 |