comunicación
Esos consejos
que nos amargan la vida
1º
"Tú puedes hacerlo mejor" o "A ver si maduras" son consignas que todos hemos oído mil veces. Consejos automáticos, frases breves que debería servirnos para mejorar pero que, a menudo, consiguen el efecto contrario. ¿Cómo liberarse de su mensaje oculto?
Llevamos oyéndolas desde siempre, nos acompañan toda la vida. Aunque pretenden transmitirnos mensajes positivos, lo cierto es que a menudo generan sentimientos de culpa y conducen al desánimo. "En realidad -apunta Valentín Martínez Otero, doctor en Psicología-, algunas de estas consignas si no se utilizan de forma machacona y fuera de contexto, pueden ser muy oportunas para orientar y reforzar un comportamiento". Explicaciones.
"DATE PRISA"
Es la llamada de atención por excelencia, la apelación a una urgencia constante que acaba convirtiendo nuestra vida en un puro obrar angustiado y ansioso, que nos impide el reposo y distanciamiento necesarios para valorar nuestras acciones. Es el mal del hombre moderno, la prisa, la cual repetida hasta la saciedad nos invita a hundirnos, llenándonos de sentimientos de culpa en cada pausa de nuestra actividad.
El efecto no es igual para todo el mundo, dice Luis Muiño, psicólogo clínico: "Cada persona tiene su tiempo. Por ejemplo, los impulsivos funcionan mejor atendiendo a sus primeras sensaciones. Sin embargo, los reflexivos optimizan sus cualidades esperando a "digerir" bien sus emociones. Cuando alguien nos mete prisa puede estar rompiendo ese "tempo" ideal. De hecho, en técnica de asertividad se dice que una táctica agresiva clásica es obligar al otro a acompasarse a una velocidad que no es la suya".
Pero es una voz difícil de ignorar, que desata todas nuestras ansiedades sin lograr en muchos casos el resultado deseado, porque empeora notablemente el efecto de desarrollo libre, el espacio concreto en el que desarrollamos plenamente nuestra personalidad y que permite la calma necesaria para la reflexión.
"ASÍ ES LA VIDA"
Pretende mentalizar a quien la escucha para aceptar una situación desagradable o frustrante que no puede cambiar, recordándole que la capacidad del sujeto para alterar las circunstancias de la vida es limitada y que la tolerancia a la frustración –rehacerse rápidamente de los fracasos- es una de los elementos claves de todo proceso de maduración.
Pero es también una llamada al fatalismo, un modo de insinuar la impotencia del sujeto para cambiar las cosas. “El problema es que está demasiado cercana a la resignación y, por tanto, al síndrome de indefensión”, comenta Muiño.
“Así es la vida” invita a la pasividad. Aislada, sin más explicaciones, lejos de consolarnos o fortalecernos, nos empuja a un mundo imprevisible sobre el que el sujeto no ejerce el menor control. El consejo, por lo tanto, pierde toda su eficacia psicológica, asegura Valentín Martínez-Otero, si no va acompañado “de una explicación apropiada de lo sucedido. Una actitud activa ante la adversidad nos ayuda a superar con éxito el problema que tenemos delante”, recuerda el psicólogo Carlos Mateo.
"LA CULPA ES MÍA"
Reconocer la culpa es a veces un medio para eludir el castigo. El sentimiento de culpa, universal, tiene un valor fundamental como reflejo de nuestro sentido moral, de nuestra capacidad de responder de nuestros actos. Se convierte así también en la “cruz” de una “cara” mucho más positiva: si nos hacemos responsables de nuestros errores es porque también sabemos asumir la autoría de nuestros éxitos, de lo que hacemos bien.
Pero la constante asunción de culpas es, para el psicólogo Enrique García Huete, un elemento preventivo para hacer mal las cosas porque la culpa produce ansiedad y remordimiento. Reconocer la culpa es a menudo un medio para desactivar las consecuencias, para eludir el castigo. En una cultura judeocristiana marcada por el concepto de pecado y en la que se valora de modo especial el perdón, quien se achaca a menudo la culpa, quien se declara culpable, está tratando cancelar las consecuencias de una situación desagradable –un error que, con razón o sin ella, prefiere atribuirse a mantener el conflicto irresuelto- y pidiendo permiso para volver a equivocarse.
“Si es reiterada, esta entonación del mea culpa no hace sospechar que se trata de una persona angustiada que, además, puede transmitir esa angustia –afirma Valentín Martínez-Otero-. Aún sin pretenderlo, el hecho de repetir esta frase puede acabar generando inhibición, inseguridad y temor, especialmente en los menores”.
MERCEDES PELÁEZ
(CONTINÚA)