supérate
El valor de
tener valor
(1º)
De niña envidiaba a los adultos porque les creía libres para salir y experimentar; ahora, admiro a los niños porque son ellos los que no tienen fronteras... mentales. Son intrépidos: si se caen, se levantan, y si están incómodos, intentan cambiarlo. ¿En qué parte del camino nos rendimos?
En un capítulo de Rayuela, de Julio Cortázar, se habla de un pez al que colocan en una pecera con un tabique. El pez intenta atravesarlo una y otra vez hasta que se rinde. Cuando se le retira el tabique, ya ni lo intenta, piensa que hay un obstáculo ahí que le impide avanzar. Así se amaestraba también a pulgas y elefantes, durante un tiempo se les impide escapar y, cuando ya pueden, ya no lo intentan. Y así nos comportamos muchas veces nosotros, nos quedamos estancados, convencidos de que no hay posibilidad de cambio o quizás peor, sabemos que podemos avanzar, pero no nos decidimos.
Desilusionado con la pareja, desmotivados en el trabajo o apáticos ante nuestro día a día, nos dejamos mecer por la rutina, sin intentar salir.
Cómoda incomodidad
Lo explica José Luis Martorell, profesor de la facultad de Psicología de la Uned: "Tenemos un guión de vida creado con nuestras primeras experiencias, el entorno y la familia; en él vamos tomando ideas de nosotros, de lo que podemos y no, y no vemos más allá de ese guión; otras veces sí, pero nos da miedo salirnos de él porque nos sentimos inseguros". Paradójicamente, nos resulta más cómoda nuestra incomodidad, nuestra infelicidad, que pretender mejorar. Encerrados en una especie de microcosmos en el que nos sentimos protegidos del exterior, no intentamos salir, aunque no nos encontremos bien. "Un cambio supone un período de adaptación y a veces supone esfuerzo -añade Vicente Prieto, psicólogo clínico.- La nueva situación requiere que tengamos recursos para dar respuestas eficaces; si no lo percibimos así, sobreviene la inseguridad, no tener el control de la situación".
Sin embargo, pese a que nos incomode, la vida es cambio. Lo describe poéticamente la psicóloga Clara Coria en Los cambios en la vida: "De todos los tamaños y colores son los cambios los que llenan el menú que se ofrece al paladar de la vida. Anhelados o temidos, buscados o evitados, conseguidos con gran esfuerzo o por la varita mágica de algún hada buena, enraizados o evaporados por obra y gracia del destino, los cambios son compañeros ineludibles de ruta en el transitar humano (...). Los cambios hacen gozar y sufrir, clavan su uñas o acarician gozosamente, pero jamás son inocuos". En efecto, cambios los hay dulces y amargos, pero evitarlos, quedarse estancados aferrados a no sabemos qué, es no vivir. En nuestras manos están la gran libertad de elegir el camino y de elegir nuestra actitud ante las circunstancias.
Para avanzar, recuerda Martorell, solo hay que estar dispuesto a ello: "Una de las causas de no crecer es no ver las metas, no ver que tenemos que crecer. Tenemos unas orejeras y para quitárnoslas debemos reflexionar sobre nuestras propias ideas". Somos lo que creemos y hacemos lo que creemos que podemos, pero cuestionándonos veremos que hay un mundo ahí fuera, ese que empezamos a descubrir de niños. Entonces, éramos audaces: no teníamos miedo, sabíamos decir no y no nos preocupaba equivocarnos, algunas de las condiciones necesarias para avanzar y que desarrollamos más adelante en este dossier.
Audacia y madurez
Frente a cuando éramos críos tenemos una ventaja, tenemos la madurez de arriesgar conscientemente, asumir nuestra responsabilidad, revisar las pérdidas y tener en cuenta el momento oportuno para actuar.
Para pasar a la acción debemos perder el miedo al cambio. "El cambio hay que entenderlo como una oportunidad de crecimiento. El riesgo transformado en reto alcanzable tiene un poder motivacional -señala Prieto-. Tener pequeños retos estimula, se hace sentir competente y valorarte. No es necesario plantearse grandes cambios para sentirse bien, sino saber entender lo que vaya llegando y provocar otros cambios que nos estimulen, pequeñas cosas. Si es un cambio personal hay que considerarlo como un plan de mejora que merece la pena iniciar y ser constante". Lo que nos permite avanzar, en definitiva, es tener claro el camino a seguir, con unos objetivos definidos y realistas en cada uno de los aspecto más importante de la vida, familia, pareja, trabajo, etcétera.
Responsabilidad de cada uno es, después, ocuparse de los pasos para conseguirlos; una labor que nunca debemos abandonar porque nunca se deja de avanzar. "Que los dioses te den objetivos y la suerte de no cumplirlos -recuerda con humor Martorell-. Si siempre tienes un objetivo, eres capaz de generar una satisfacción". "No hay techo para experimentar, tocar, ilusionarte, soñar y avanzar son motores para fortalecer el ánimo", concluye Prieto. Olvidemos ese estar demasiado ocupados haciendo no sabemos qué y démonos un tiempo para soñar para, al despertar, recuperar esos sueños y ponernos en acción. Porque todo, menos lo inviable, es posible.
ROSARIO REY
(Continúa)