Se puede asegurar que el motivo de esta visita del papa a Madrid no es coyuntural. Por la sencilla razón de que la JMJ estaba programada desde hace tiempo, años quizá. Estas Jornadas, que congregan a jóvenes de medio mundo, fueron inauguradas en 1984 por Juan Pablo II, y se preparan con bastante antelación. Sin duda, la visita del papa agradará más al PP que al PSOE.
Pero es seguro que, por los tres días que el papa estará en Madrid, ni va a descender el paro, ni va a mejorar la prima de riesgo de nuestra maltrecha economía, ni habrá más trabajo para tantos miles de jóvenes parados, ni creo que la convivencia entre los españoles resultará, desde ahora, menos crispada y más soportable. Por eso me parece pertinente la pregunta: ¿a qué viene el papa?
La JMJ se nos ha presentado como la solución que necesitan los jóvenes para sus problemas más preocupantes. ¿Será realmente eso? Lo que nadie pone en duda es que la religión interesa cada día menos. El abandono de las prácticas y de las ideas religiosas, el desprestigio de la Iglesia y sus dirigentes en amplios sectores de la opinión pública, son hechos bien conocidos y procesos sociales que van en aumento. De día en día se afianza el convencimiento de que estamos ante un fenómeno nuevo y creciente que no tiene vuelta atrás. ¿Por qué?
Los “hombres de la religión” suelen decir que la causa de estos hechos está en la secularización de la sociedad y en el relativismo de las ideas que han arrasado las certezas religiosas de antaño. Sin embargo, los estudiosos que han analizado estos problemas desde una perspectiva más amplia, explican que todo sistema político y social, que perdura, se apoya casi con seguridad en un orden moral adecuado que configura los sistemas político y económico, como éstos configuran al sistema establecido. En los sistemas pre-industriales, este orden moral suele adoptar la forma de la religión. Pero está visto que, en las sociedades industrializadas, la religión ya no sirve para cumplir esa función para la mayoría de la gente. Porque, en estas sociedades avanzadas, la tecnología y la economía funcionan de forma que en ellas se potencia más la apetencia del bienestar que la necesidad de la convivencia. Y entonces, lo que le ocurre a la mayoría de la gente, sobre todo a los jóvenes, es que la aspiración inmediata al bienestar material se muestra mucho más poderosa que las promesas de las religiones, que ofrecen recompensas de las que nadie sabe con certeza ni cuándo ni cómo llegan.
Así las cosas, la Iglesia se ha equivocado. Porque ha pensado que la solución a este estado de cosas está en recuperar lo que le sirvió en las sociedades pre-industriales y pre-ilustradas. El ejemplo más claro, en este sentido, son estas concentraciones masivas que tanto han fomentado los dos últimos papas. Porque estas concentraciones, que afianzan en sus convicciones a los ya convencidos, a mucha gente le resultan extrañas o escandalosas. Y no suelen responder a las preocupaciones espirituales más hondas que la mayoría llevamos en nuestra intimidad secreta. Entonces, ¿a qué viene? A prolongar la equivocación. Y confieso que mi deseo es que yo fuera el equivocado.