Pequeña biografía
José Raúl Capablanca y Graupera nació en La Habana el 19 de noviembre de 1888 y murió en Nueva York el 8 de marzo de 1942. Cuando nació faltaban aún diez años para que Cuba se independizase de España. Su padre era militar español, de buena educación, culto y aficionado al ajedrez. La Habana era entonces, junto con Nueva York y Nueva Orleans, el mayor centro ajedrecístico de América.
Capablanca es uno de los más precoces niños prodigio del ajedrez, en este juego tan lleno de niños prodigio. Se cuenta, y lo llegó a decir él de sí mismo, que aprendió a jugar a los cuatro años, una tarde, observando una partida de su padre con un amigo suyo, y que poco después les derrotaba con facilidad.
Su padre comenzó a llevarle a Club de Ajedrez de La Habana, y comenzó a destacar rápidamente. A los trece años derrotó en un encuentro a Juan Corzo, por entonces el jugador más fuerte de Cuba (+4 -3 =5). Su padre evitó que se le explotara como fenómeno de feria, y dosificó adecuadamente su contacto con el ajedrez.
Terminó sus estudios en el instituto de bachillerato de Matanzas (Cuba). Aunque sus padres no tenían recursos para mandarle a estudiar al extranjero sus buenos resultados académicos le valieron el favor de Ramón San Pelayo, su mecenas, que le pagó sus estudios en EE UU. Cursó estudios secundarios en la Woodycliff School de New Jersey, donde se preparó para entrar en la Universidad de Columbia y estudiar la carrera de ingeniero químico. Aunque sus notas no eran malas dedicó mucho más tiempo al ajedrez que a los estudios, y sólo cursó dos años de Química.
En Nueva York Capablanca se hizo socio del club Manhattan Chess, donde llamó la atención por la fuerza de su juego. En 1906, con 18 años, ganó un torneo de partidas rápidas con 32 jugadores entre los que se encontraba Lasker. Lasker quedó muy impresionado por la precisión de su juego. En 1908 realizó una gira por todo el país dando simultáneas y jugando a la ciega.
El nombre de Capablanca estaba en boca de todos los aficionados del país y en 1909 se concertó un encuentro entre la joven estrella y Marshall, a la sazón campeón estadounidense. El resultado fue un escándalo ya que Marshall cayó derrotado por 8 a 1 y 14 tablas. Gracias a este resultado Capablanca decidió dejar los estudios y dedicarse profesionalmente al ajedrez.
El mundo de ajedrez comenzó a interesarse por este joven. Lasker llegó a hartarse de que todo el mundo le preguntase por él. Hasta sus padres le pidieron opinión sobre la dedicación de Capablanca al ajedrez.
La oportunidad de jugar grandes torneos se la brindó el propio Marshall, que logró que fuera invitado al fuerte torneo de San Sebastián de 1911. Embarcó para Europa en el Lusitana. Al llegar a San Sebastián Bernstein y Nímzovitch se opusieron a que jugase el torneo porque no tenía credenciales. Bernstein, en particular, se manifestó de manera muy grosera. Capablanca ganó aquel torneo ganando seis partidas, empatando siete y perdiendo sólo una, ante Rúbinstein, que quedó segundo. Capablanca humilló a Bernstein en una partida que recibió el premio de belleza.
Muchos consideran a Capablanca el mayor genio del ajedrez de la historia, y no les falta razón, a pesar de que en sus partidas no abundan las combinaciones espectaculares. Sin embargo, todas ellas son un modelo de equilibrio, sencillez y elegancia, y para la mentalidad clásica ese es el modelo de belleza. Su teoría de la simplificación «hay que eliminar la hojarasca del tablero» hace que sus partidas puedan ser entendidas por todos, y daban una falsa sensación de facilidad he indolencia.
La comparación con Mózart es ya un lugar común. A ello ayuda el haber sido ambos niños prodigio, genios en estado puro, el gusto por la sencillez y la claridad en sus obras, y una cultivada pose de seductor, dedicación a los placeres de la vida, y hasta de vividor. Esa sensación de facilidad oculta un trabajo muy duro y sacrificado, que muchos de los que les admiran son incapaces de ver.
. En 1919 Capablanca ganó el torneo de Hastings con 10 victorias, unas tablas y sin derrotas. Comenzó a prepararse para el encuentro con Lasker, que finalmente se disputó en La Habana en 1921. El encuentro comenzó en marzo y terminó en mayo, y fue un paseo para Capablanca: cuatro victorias, diez tablas y sin derrotas.
Capablanca tenía una capacidad increíble para simplificar la posición y dejar en el tablero sólo las piezas que conformaban su ventaja. Dio una importancia excepcional a los elementos dinámicos de la posición, cuando todos los demás se centraban en los estáticos. Entendía como nadie cuáles eran los elementos dinámicos y cuál era la importancia de la armonía entre las piezas. Para todo esto la iniciativa era un factor fundamental. Afirmó, para escándalo de muchos, que la defensa se debía hacer sin temores y con las mínimas piezas posibles. Sin embargo, Capablanca nunca fue un teórico del ajedrez, sus principios los descubría en sus partidas.
Aunque escribió algunos libros que siguen siendo referencia fundamental en el ajedrez, como: «Fundamentos del ajedrez». Esta sencillez, que obedece a ideas claras y apuntan a los más profundo de la posición es fruto no de la indolencia sino del trabajo profundo y la difícil sencillez. En toda su carrera ajedrecística Capablanca perdió 34 partidas oficiales.