Quisiera que estas flores
fueran para mitigar el dolor,
para ayudar a olvidar,
para dejar de sufrir
o parar de llorar.
Pero no lo son.
Me gustaría que su perfume
bañara nuestros sentidos,
permitiéndonos sentir
lo que no se ve ni se toca.
Me gustaría que el verde de sus hojas
nos llevara volando como pájaros
al jardín de sus ilusiones,
al bosque de sus esperanzas.
Que cada frágil capullo
fuera un alado Pegasus,
que nos pudiera transportar
al lago de sus sueños.
Pero como nada, nada de eso puede ser:
Le imploro a Dios, al gran Dios,
el creador del cielo y de la tierra,
con lágrimas en mis ojos,
que al caer cada pétalo de estas flores,
uno por uno, se vaya transformando
en suaves plumas blancas,
pequeñas, delicadas, livianas,
para que en el majestuoso cielo azul,
formen un hermoso y mullido nido
vaporoso como suspiros de mariposas,
donde repose para siempre
su hermoso cuerpo dormido.
Adiós mi niña, amor de mi vida.
Guárdame un lugar al lado tuyo.