¿Quién eres Tú?
Personas y pueblos están caracterizados en gran medida por su fe y su religión. Así, por ejemplo, el espíritu de "sumisión" del islam ha conformado un pueblo excesivamente resignado en muchos aspectos, y por otra parte ha originado la guerra santa para "someterlo" todo a Alá. También la idea de Dios Rey ha motivado innumerables guerras de conquista y crueles guerras de religión. Si pongo la verdad de Dios por encima de su amor, tengo que estar defendiéndole a cada paso y puedo llegar a perseguir y quemar a los herejes.
La imagen de un Dios Todopoderoso me lleva necesariamente a una religión cúltica, en la que multiplicaré mis adoraciones, genuflexiones e incensaciones. La Iglesia sentirá sin querer la tentación del poder, la soberanía y el dominio; querrá controlar las conciencias y tendrá miedo a la libertad. Por otra parte, si Dios todo lo puede y todo lo controla, necesitaré mucha apologética para responder a los problemas del sufrimiento y del mal. Y si creo que un Dios que juzga, que reparte premios y castigos, haré las cosas por interés, perderé el sentido de la gratuidad, me sentiré constantemente amenazado y juzgado, podré llegar al escrúpulo y la neurosis. Y si creo en un Dios Santo puedo caer en una ascética desencarnada y martirial que destruye la naturaleza. Si lo que realmente importa es amar mucho a Dios, puede que termine por no amar a nadie. Y si lo que importa es la otra vida, la religión termina convirtiéndose en opio del pueblo.
Ah, pero si creo en un Dios débil, un Dios que no se defiende, que se deja vencer por cualquier Jacob de turno, que se deja crucificar; un Dios cercano y misericordioso que opta por los pobres y se empobrece; un Dios que quiere a todos, que perdona todo, que no ha aprendido todavía a castigar; un Dios todo gracia; entonces, ¡Dios mío!, que buena noticia, que liberación más grande, pero también qué compromiso más radical.
¿Quién eres tú, Señor?
La primera respuesta sería que no sabemos, que Dios es indefinible. Las imágenes de Dios siempre son insuficientes. Si nos aferramos a una imagen, la convertimos en un ídolo. Por eso hay que estar siempre relativizando nuestras ideas sobre Dios, siempre preguntando su nombre. Hay imágenes de Dios verdaderamente pobres y caricaturescas. ¡Cuántas veces utilizamos el nombre de Dios en vano! ¡Y cuánto barro y cuánta sangre hemos echado sobre este santo nombre!
(recopilado de R. Prieto)