La educación como gobierno
Por: Ángel Gabilondo
“SÓCRATES. Todo hombre que no conoce las cosas que están en él, no conocerá tampoco las que pertenecen a otros.
ALCIBÍADES. Eso es verdad.
SÓCRATES. No conociendo las cosas pertenecientes a los demás, no puede conocer las del Estado.
ALCIBÍADES. Es una consecuencia necesaria.
SÓCRATES. ¿Un hombre semejante puede ser alguna vez un buen hombre de Estado?
ALCIBÍADES. No”
(Platón, Alcibíades, 131 a-b).
En cierto modo, educarse es gobernarse. Cuando los clásicos grecolatinos hablan del cuidado y del cultivo de uno mismo, están convocando a un modo de educación que afecta a toda la existencia y la constituye. Es el cuidado de uno mismo y de los demás. Y ello exige criticar lo que somos, analizar históricamente los límites que se nos han establecido y examinar su franqueamiento posible. Y aquí aprendemos con Foucault. Hablamos, y con razón, de las técnicas de dominación, pero no hemos de olvidar las técnicas de constitución de uno mismo, verdaderos procedimientos para hacer que seamos los sujetos que somos. Sujetos en ocasiones bien sujetados.
Para quienes consideramos que la educación no es la simple adquisición de conocimientos y pensamos que es decisiva la transformación de los valores, con los valores, para quienes estimamos que conocimientos, competencias y valores han de ir al unísono, esa transformación exige unas determinadas formas de vida. Éstas se expresan en cada gesto, en cada acción, en cada palabra, en todo nuestro comportamiento y en nuestro deseo. Nos preguntamos, también con razón, sobre cómo aprender, pero no hemos de separar esa cuestión de la de cómo nos constituimos a nosotros mismos como sujetos, hasta llegar a ser artesanos, artífices, de la belleza y dignidad de nuestra propia vida. Se trata de cuidarnos de nuestras conductas y de nuestras relaciones con nosotros mismos y con los otros hasta procurar una auténtica recreación.
Y todo ello tiene un alcance político, que incluye el coraje de la curiosidad de pensar si seremos capaces de llegar a ser otros. Y se trata de eso, de prácticas que producen verdaderas transformaciones del sujeto. Transformaciones que lo son a su vez de la sociedad.
Si avanzamos en estas consideraciones, se ponen en cuestión muchas de nuestras ideas preestablecidas sobre lo político, lo público y lo común. Y quizá también encontramos en la propia palabra economía algo que nos ayuda a pensar en esta dirección. Como ley de la casa, nos llama al gobierno de la casa, como se gobierna un navío. Pero si ignoramos que la Economía es una ciencia social, una ciencia humana y, aunque suene redundante, vinculada a las vicisitudes, los vaivenes y las decisiones de las acciones humanas, entonces viene a ser considerada tecnocracia, que se rige y se comporta al margen de nuestras voluntades y se impone sobre ellas. Esta economía maleducada dejaría de ser gobierno para pasar a ser dominación.
No podemos, sin embargo, hablar de esto como si no nos fuera con ello, como si resultara externo e independiente de nuestras acciones. El cuidado de uno mismo, el cultivo, la cultura que ello requiere, son determinantes incluso para garantizar y legitimar nuestra relación con los demás. Pregunta Alcibíades a Sócrates sobre cómo prepararse para la acción pública. La respuesta se centra en el cuidado de sí. “Si uno no es capaz de gobernarse a sí mismo, ¿cómo a gobernar la ciudad?”
Ahora bien, educarse no es ocuparse individualmente de lo que nos afecta e ignorar a los otros, ni olvidarse de lo común, de la comunidad, de la comunicación, es sentirse vinculado a una tarea que precisa nuestra máxima implicación, una implicación de transformación.
Y aquí también se requieren nuevas formas de participación, no sólo las que toman partido, o buscan su parte, sino las de quienes se saben que forman parte de un proyecto compartido. La educación es asimismo una tarea colectiva. Sin esta convicción, lo que denominamos gobierno resulta corto de miras. Alcibíades es llamado a procurar la justicia y la sabiduría, pero para ello, se le dice, ha de “administrar y cuidar de sí y de sus asuntos, como también de la ciudad y de las cosas de la ciudad”. Y esto también es economía, pero con educación.
Imagen: catálogo razonado de Antoni Tapies