Frente a la verdad, la retórica desaparece. Nada de tríadas que pudieran confundir o despistar.
JUAN JOSÉ MILLÁS 24 FEB 2012
Si en los días anteriores a la consumación de la reforma laboral Rajoy predicaba de ella que sería amplia, profunda y equilibrada, una vez perpetrada ha dado en calificarla de justa, buena y necesaria. La tríada adjetival es la vaselina destinada a reducir los desgarros que la violación ha comenzado a provocar en el cuerpo social. ¿Que por qué siempre tres adjetivos y no uno o dos? Por una cuestión de ritmo, desde luego, pero también por un problema de carácter técnico con la verdad. Si hubiera afirmado de la reforma que era justa, y solo justa, siendo tan obvio su desafuero, éste habría resultado aún más evidente. Podría haber dicho solo que era buena, pero quizá se habría puesto rojo de vergüenza ante una mentira tan palmaria. De haberse quedado en que era necesaria, muchos nos habríamos preguntado para quién. Recitando que era justa, buena y necesaria construía una letanía en la que lo que se escuchaba, más que su significado, era su sonido, su cadencia, su música (su sonido, su cadencia, su música, ¿verdad que suena bien?). Pura trampa retórica al servicio de ocultar la basura. Observen la diferencia con De Guindos cuando se limitó a calificarla de extremadamente agresiva. Frente a la verdad, la retórica desaparece. Nada de tríadas que pudieran confundir o despistar. Podría haber dicho que era extremadamente agresiva, extremadamente belicosa y extremadamente pendenciera, pero la carga adjetival habría puesto en guardia a su interlocutor (¿de qué me quiere convencer?). Algo extremadamente agresivo es algo extremadamente agresivo y punto, al modo en que un cuchillo corta o no corta. Reparen también en el ejemplo de Rosell, el jefe de la patronal, cuando le dijo a su segundo que se aguantara la risa ante las cámaras. No le dijo aguántate la risa, reprime la alegría y disimula el contento. Entendemos por qué.