SOFONISBA ANGUISSOLA
Nacida en Cremona en 1532, Sofonisba debe su peculiar nombre al gusto de su padre, Amilcare Anguissola, por los nombres procedentes de la historia antigua de Cartago. Curiosamente, constituyendo una rareza en la época, su padre decidió educar a Sofonisba y a sus hermanas como a jóvenes prodigios del humanismo, ya que todas ellas practicaron música, pintura y alguna de ellas incluso la literatura. Su primer maestro fue Bernardino Campi, con quien aprendió las labores básicas de preparar los lienzos o tablas, la imprimación, la obtención de los pigmentos requeridos, etc.
La familia Anguissola procedía de la pequeña aristocracia de Cremona, Ducado de Milán, por lo que no estaba bien visto que las jóvenes aprendices de pintoras retratasen modelos, con lo que pronto se acostumbran a retratarse en familia, haciendo que sean retratos tiernos, de momentos íntimos, captados en momentos cotidianos como por ejemplo el retrato que Sofonisba pinta de su hermano Asdrúbal con unos dos años llorando, al tiempo que una de las niñas trata de consolarlo. También empezó a retratarse a si misma, al igual que muchos de los grandes pintores de la historia, utilizando su imagen para experimentar e indagar en los senderos del arte. Se conservan autorretratos suyos desde los quince o catorce años hasta los casi noventa años.
Tras pasar unos tres años aprendiendo con Bernardino Gatti, su segundo maestro, en 1554 decide viajar a Roma para aprender de los grandes artistas que allí trabajaban, sobre todo con el maestro Miguel Ángel, que aunque ya pasaba de los setenta años, seguía trabajando para el Papado y dominando el panorama artístico. Durante los dos años transcurridos en Roma, el maestro ayuda y aconseja a la joven Sofonisba. Se conservan dos cartas de Amilcare Anguissola dirigidas a Miguel Ángel, en las que le agradece el trato y atenciones que éste dispensó a su hija. Durante ese tiempo transcurrido en Roma, su fama como artista comenzó a crecer, incluso uno de sus autorretratos fue adquirido por el Papa Julio III. Probablemente fue aquí donde la conoció Vasari, quien la cita en su libro “Vidas de los más sobresalientes arquitectos, escultores y pintores ”.
Tras su estancia en Roma viaja a otras ciudades como Mantua o Milán, en donde pintó al Duque de Alba en 1558, quien a su vez la recomendó al rey Felipe II de España. Al año siguiente fue invitada a visitar la corte española, lo que representó un momento crucial en su carrera. Entonces tenía 27 años. En aquel momento se estaba gestando la tercera boda de Felipe II con la jovencísima Isabel de Valois que mostraba un gran interés por la música y las artes, motivo por el que el monarca decidió que una mujer de talento como Sofonisba sería adecuada como compañera de la reina.
Sofonisba llegó a Madrid para convertirse en pintora de la corte además de dama de compañía de la nueva reina y enseguida se ganó la estima y confianza de la joven Isabel de Valois. Durante este tiempo trabajó estrechamente con Alonso Sánchez Coello; se aproximó tanto a su estilo, que inicialmente el famoso retrato del Felipe II en edad mediana, fue atribuido a Coello. Ha sido recientemente cuando se ha reconocido a Sofonisba como la autora del mismo. Pasó los años siguientes pintando sobre todo retratos de corte oficiales, a miembros de la familia real y diversos personajes de la corte.
En 1568 fallece Isabel de Valois, pese a lo cual Sofonisba continúa en la corte, lo que demuestra la alta estima en la que la tenía el monarca que incluso consigue que la pintora se case con un caballero de la alta nobleza siciliana, Don Fabrizio de Moncada, actuando el mismo como testigo de la ceremonia que se celebró con gran bombo y ella recibió una dote por parte del rey. Tras casi catorce años de servicio en la corte más poderosa del momento, Sofonisba partió enseguida hacia Sicilia para reunirse con aquel marido al que nunca había visto. Apenas sabemos nada de su vida durante los escasos cinco años que duró su primer matrimonio. ¿Fueron una pareja feliz, se entendieron cuando menos o acaso se detestaron silenciosamente el uno al otro? No hay ninguna noticia al respecto. Sí sabemos que, en mayo de 1578, Sofonisba se quedó viuda: su marido murió en el mar, durante un asalto de piratas a la galera en la que viajaba camino de Nápoles.
Tras poner en orden los asuntos de la herencia, no muy cuantiosa según parece, Anguissola había decidido regresar a su ciudad natal, donde aún vivían su madre, su hermano y, probablemente, alguna de sus hermanas. Pero algo sorprendente sucedió durante el viaje. La pintora no llegó nunca a Cremona. Se casó de forma imprevista con el capitán del barco en el que viajaba, el genovés Orazio Lomellini, considerablemente más joven que ella. El matrimonio no sentó bien en su entorno: ni la familia de su difunto marido ni la suya propia querían que se casase con Orazio Lomellini, tal vez por la diferencia de edad que había entre ellos o por su condición social, inferior a la de la novia.
El problema adquirió incluso tintes de asunto de Estado. Antes de la boda, la pareja se instaló en Pisa, que pertenecía al ducado de Florencia. En diciembre de 1579, el gran duque Francisco de Médicis escribió a Anguissola, presionándola para que no contrajera matrimonio. Pero Sofonisba debía de saber muy bien lo que quería, aunque siempre destacó por su afabilidad, la vida que había llevado hasta entonces, permaneciendo desde niña fuera de su casa, en condiciones excepcionales para una dama de su época, es prueba por sí misma de que, más allá de sus dotes sociales y su talante alegre, era una mujer firme y segura de sí misma. De modo que, a pesar de todas las opiniones contrarias, se casó con Orazio.
Aquel matrimonio parece haber sido más o menos feliz. Desde luego, fue muy duradero, pues Sofonisba llegó a superar los noventa años, una edad extraordinaria para la época, y Orazio aún la sobrevivió. Su esposo reconoció y apoyó su trabajo como pintora y se establecieron en Génova, en una gran casa en donde pudo tener su propio estudio y tiempo para pintar y dibujar. La fortuna personal de Orazio, además de la generosa pensión que le otorgó Felipe II, permitió a Sofonisba pintar libremente y vivir cómodamente.
Bastante famosa en aquellos momentos, recibió la visita de muchos de sus colegas, varios de éstos eran más jóvenes que ella y aprendían e imitaban el estilo distintivo de Sofonisba. En 1599, la artista recibió la visita de la infanta Isabel Clara Eugenia, que viajaba a los Países Bajos para contraer matrimonio con su primo, el archiduque Alberto de Austria. Durante la estancia de la infanta en Génova, Anguissola realizó el retrato de bodas de aquella hermosa mujer a la que había visto nacer y a la que había cuidado de niña. Además de ese encuentro físico, la pintora mantuvo siempre el contacto epistolar con la corte de España, en particular con el rey y con la infanta.
En 1615 se trasladó a Sicilia, y hasta 1620 siguió trabajando, pues de esta fecha es su último autorretrato, quizás su última obra. Allí, en Palermo, unos meses antes de su muerte, recibió la visita de Anton van Dyck, joven y brillantísimo discípulo de Rubens, que estaba convirtiéndose en uno de los retratistas más solicitados de su tiempo. El artista realizó dos espléndidos retratos de la pintora y anotó en su diario: «Sigue teniendo una buena memoria y el talante muy vivo, y me recibió muy amablemente. A pesar de su vista debilitada por la edad, le gustó mucho que le enseñase algunos cuadros. Tenía que acercar mucho su cara a la pintura, y con esfuerzo conseguía distinguir un poco. Se sentía muy dichosa. Mientras dibujaba su retrato, me dio indicaciones: que no me colocase demasiado cerca, ni demasiado alto, ni demasiado bajo, para que las sombras no marcasen demasiado sus arrugas. También me habló de su vida y me dijo que había sabido pintar muy bien del natural. Su mayor pena era no poder pintar a causa de su mala vista. Pero su mano no temblaba nada». Qué vívida y emocionante esa imagen de una mujer casi centenaria, que aún mantenía intacta su coquetería y, sobre todo, que conservaba plenamente activa su apasionada vocación de pintora.
En contra de lo que algunos biógrafos reclaman, ella nunca se llegó a quedar ciega, quizá tuvo cataratas. Murió a la edad de noventa y tres años en Palermo. Siete años después, en lo que sería la celebración del centenario de su nacimiento, su viudo colocó una inscripción en su tumba en la que se leía, en parte:« A Sofonisba, mi mujer .... quien es recordada entre las mujeres ilustres del mundo, destacando en retratar las imágenes del hombre ... Orazio Lomellino, apenado por la pérdida de su gran amor, en 1632, dedicó este pequeño tributo a tan gran mujer». Un total de 50 obras han sido atribuidas con seguridad a Sofonisba. Sus cuadros pueden ser vistos en las galerías en Bérgamo, Budapest, el Museo del Prado de Madrid, Nápoles, Siena y la Galería Uffizi de Florencia.
Mujeres de leyenda
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