L a escena tiene lugar en un supermercado de Madrid. Un hombre con el carrito lleno espera en la cola de la caja. Detrás de él, aguarda una mujer de mediana edad con aspecto muy cansado y con pocos artículos en su mano. Le sonríe. La mujer pone mueca de disgusto. "Pasa", le dice el hombre. La mujer, sin ni siquiera mirarle a los ojos, se adelanta, empujándole. El hombre masculla algo. Una señora mayor que está observando la escena, exclama: "Podría haberle dado las gracias". "¡Y él podría haberme hablado de usted!", le contesta ella. "Lo que le pasa es que le da rabia que la haya tomado por una señora mayor", añade la anciana. Toda la gente en la cola se ríe, la mujer de mediana edad no dice nada, la señora mayor, indignada continúa: "Es lamentable. Parece que la gente ya solo dispone de su agresividad para que los demás se interesen por ellos. ¡Qué falta de modales! ¡Qué diferente era antes¡".
Otra escena en una concurrida terraza del Retiro. Una madre está tomando un aperitivo con su hija. La niña se levanta de la silla y en ese momento llega un hombre hablando por el móvil. Coge la silla vacía, le da la vuelta y se sienta en la mesa de al lado. La madre intenta avisarle pero él continúa hablando y no se percata de nada. Se levanta, le toca en el hombro, el hombre se da la vuelta de malos modos, tapa con la mano el altavoz del móvil y le dice: "¿No ve que estoy hablando?", y sigue. La madre, haciendo prueba de una paciencia infinita, espera a que el hombre acabe para explicarle lo que ha ocurrido. El señor se disculpa una y otra vez. "Sin el móvil no hubiese tenido un comportamiento tan lamentable, perdone. Era una llamada importante", explica. Y se ofrece a pagarles las consumiciones a madre e hija para reparar el error.
Miedo y prejuicios
Estas dos situaciones prueban que el saber estar, más que un barniz, simboliza sobre todo la manera que tiene cada uno, según su edad, su cultura y su educación, de presentarse ante el mundo.
Cuando lo aplicamos, nuestros códigos transmiten al otro el siguiente mensaje: "Respeto tu territorio para que tú respete el mío". "La educación, aunque con connotaciones temporales (no es lo mismo las formas que había en el siglo XVII con las que consideramos correctas hoy en día) y culturales, hace referencia a una serie de normas y formas de actuación qe facilitan la convivencia, e incluso la hacen agradable", explica Mila Cahue, psicóloga.
Lo cierto es que de un tiempo a esta parte parece que la educación ha evolucionado debido a los cambios culturales que se han producido en la sociedad. Esto ha generado muchos malentendidos y ha disparado la agresividad, debido en parte a los miedos y a los prejuicios que nos lleva a pensar: "Si el otro no sigue los mismos códigos de conducta que yo, es él el que no actúa correctamente". Al menos, eso es lo que explica Francisco Javier de Álvaro, psicólogo: "Los cuerpos normativos son algo vivo, no estables. Solo tenemos que repasar un libro de nuestra infancia para observar que determinadas conductas entonces consideradas "de buena educación" hoy nos parecen obsoletas cuando no decididamente ridículas".
¿Qué dicen ciertos gestos?
Numerosos especialistas coinciden en afirmar que los años 60 marcaron el inicio de la relajación en las normas de conducta. Se empezó a apostar por relaciones más auténticas, menos hipócritas, más transparente, pero en esa "limpieza" quizás se metió en el mismo saco además de lo superficial, lo fundamental, como señala con acierto Mila Cahue: "Quizás nos estemos dando cuenta de que nos hemos desprendido de cosas que ahora hay que recuperar. O que tengamos que dar una forma nueva a algo que ya existía, que ha existido siempre. No podemos vivir sin los demás, el ser humano basa su supervivencia y su razón de ser en su "ser social", en el formar parte de un grupo. La ofensa separa y la cooperación une. Esta es la base de la educación. Por eso son necesarias unas normas que cohesionen, no que disgreguen".
Además, añade Francisco Javier de Álvaro, "los llamados "gestos de cortesía" como dar la mano, sonreír, son simplemente resultado de apaciguamiento: sonreímos para mostrar que no somos una amenaza; damos la mano para enseñar que no escondemos nada". Tranquilizan.
Contar para los demás
"A todos nos gusta ser el objeto de la consideración y del respeto del otro. Entre otras cosas, favorece nuestra autoestima, independientemente de la que tengamos mejor o peor", señala Mila Cahue. Por eso, hablar por teléfono cuando estamos cenando con alguien, el no ceder el paso conduciendo, ni sujetar una puerta para que pase el de detrás... todos esos gestos sientan mal. Sentimos que no contamos para esa persona, que la opinión que tengamos sobre ella no le preocupa nada o que su falta de atención es tal que se olvida que existimos. "¿Qué me está dando a entender una persona que está comiendo conmigo y se pone a hablar con otro? Que mi presencia le importa más bien poco", explica la especialista.
Es cierto que el autocontrol disminuye en situaciones de estrés y que en estas condiciones podemos actuar con mayor agresividad, pero eso no justifica nada. Como dice Mila Cahue, "cada persona ha de ser dueña de sus emociones y de su comportamiento". Por eso, y para facilitar la convivencia entre unos y otros, es bueno seguir el consejo de Francisco Javier de Álvaro, quien concluye diciendo: "Sería bueno, desde una actitud de respeto, mantener unas actitudes corteses. Las normas sociales nos facilitan la convivencia, nos ayudan a integrarnos, a aceptar y ser aceptados".
Almudena Altozano