Dejáme que me vaya sin un adiós
siquiera,
que el silencio me cubra, que
me apuren las sombras,
que me lleve
retazos de un sol de primavera,
y que se
quede en el tiempo lo que ya no me nombra.
Dejáme que desate las cintas del
olvido,
que se marchen conmigo las rosas
perfumadas,
que el cielo en la mañana te
diga que me he ido
y que tu cuerpo
tiemble sin preguntarme nada.
No llores, no es llanto quien detiene
partidas,
tampoco las palabras que
alientan juramentos,
el destino está
escrito, simplemente es la vida,
y ese
camino incierto que nos marcan los vientos.
Pero estaré, no creas que yo me iré del
todo,
imposible llevarse los recuerdos
queridos,
si en cada cosa hay algo,
hasta en el mismo lodo,
la ausencia
simplemente dice que hemos partido.
Quedará mi esperanza descansando en tu
mano,
la plegaria silente que se duerme
en mí mismo,
la nieve del invierno, la
luz de los veranos
y estos versos
cargados de amor y de lirismo.
Cuando salgas al patio me verás en las
flores,
en el viejo naranjo, en los
durazneros,
que plantaron tus sueños
vestidos de colores,
cuando mis
pensamientos te gritaban ¡te quiero!.
Búscame aquí, en el pozo, en las aguas del
río,
en las uvas maduras, en la higuera,
en sus higos,
en las tardes soleadas y
en las noches de frío,
¡Dejame que me
vaya, quédate aquí conmigo!
Leon Romero