Ven, acude
No podemos hacernos sordos a estas llamadas de los hermanos que sufren. Primero hay que saber escuchar, porque ya sabemos que hay sorderas interesadas. El amor afina el oído. Y hay que acudir a ella con solicitud, como la madre ante la llamada del hijo. Esta llamada del hermano resulta una verdadera vocación. Dime, si ves a un hermano que lleva encima un peso insoportable o que está tirado en el camino: ¿no tendrás para con él entrañas de misericordia?
Y hay que acudir con presteza. A veces ponemos tantas dilaciones y tantas excusas, que nuestra ayuda resulta ser tardía e ineficaz. “Es que tengo un compromiso, es que estoy de boda, es que tengo que enterrar a mi pariente, es que tengo que terminar los estudios, es que tengo que cumplir tantos años, es que están primero mis obligaciones y mis devociones, es que yo no valgo…”. Lo decía enérgicamente S. Vicente de Paúl: “Hay que acudir a socorrer a los pobres como se corre a apagar un fuego… porque no socorrer es matar” El amor pone alas en los pies y en el corazón.
Hay que acudir con responsabilidad, ofreciendo las respuestas oportunas que esté a nuestro alcance. Hemos de ofrecer la ayuda que sea solidaria y liberadora, que no les haga dependientes, que llegue a la raíz de los problemas. Hoy no es suficiente ofrecer al herido del camino las medicinas del vino y el aceite, sino que habrá que denunciar y combatir a los salteadores.
Hay que acudir con devoción, viendo en el hermano necesitado una presencia latente de Cristo, percibiendo en su llamada la súplica de Dios. Dios se solidariza con los que sufren, se hace pobre y necesitado y te grita con ellos: ven, que te necesito.
Ven, comparte
Ven, hermano, y ayúdanos. Ven, hermano, y comparte un poquito con nosotros; tal vez nosotros podamos compartir algo contigo. Ven, hermano, y haznos el regalo, no tanto de las cosas cuanto de tu amistad. Ven, para que, a través de tu rostro y de tus gestos, podamos ver a Dios.
Estas son las llamadas de la necesidad. Necesidades materiales o espirituales, que son un grito permanente, un clamor conjuntado, a favor de la solidaridad y la fraternidad. Ven, hermano, ven.
(recop. R. PRIETO)
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