PEDRO III DE RUSIA: TARADO, IMPOTENTE, ESTERIL E INSERVIBLE
Cecilia Ruiz de Ríos
“Lo único bueno de Pedro III es que existió por suficiente tiempo como para ser peldaño para su esposa Catalina II hacia el poder,” me comentó un alumno quien se vuelve loco por la historia. En realidad, entre los zares de Rusia, este pobre hombre pudo reunir muchos defectos y pocas virtudes, en contraste con la mujer que le tocó por esposa. Pedrito vino al mundo un 21 de febrero de 1728 en Kiel, hijo del mal avenido matrimonio de la archiduquesa Ana Petrovna de Rusia y Carlos Federico, Duque de Holstein-Gottorpo. Siendo descendiente del gran Pedro I el Grande, el que haya sido un bebé con aspecto de renacuajo y muchas taras solo le trajo mayores complicaciones, ya que se esperaba que fuera más brillante. Cuando su padre murió, lo pusieron bajo la tutela de varios profesores muy severos, quienes se sacaban sus rabietas en él moliéndolo a golpes. Uno de sus teachers tenía la sádica costumbre de arrodillarlo por horas encima de una saco de guisantes crudos, y aunque sus rodillas sangraran no lo hacía levantar. Como resultado de tanto maltrato, Pedrito resultó con severas lesiones en su sistema nervioso, el cual de por sí ya traía fallas de fábrica. A los trece años de edad, siendo un flacucho y narigudo adolescente, su tía materna la emperatriz Elizabeth de Rusia lo hizo llevar a su corte para reconocerlo como su heredero al trono. De nada sirvió que la hermosa tía del muchacho le consiguiera buenos tutores, ya que el daño estaba hecho y Pedrito poco pudo aprovechar. Lo consideraron retardado, y desde entonces abusaba tanto del licor que muchas veces no lograba consumir una comida completa pues caía ebrio sobre el plato. Pedrito apenas aprendió a tocar un poco el violín, pero prefería hacer maniobras militares con sus soldaditos de plomo. Amaba a todo lo que fuera germano y hacía público su odio hacia todo lo ruso. Para colmo, era pirómano consumado. A los 16 años, y siguiendo el consejo sabio del gran monarca Federico II el Grande de Prusia, la emperatriz Elizabeth se dio a la tarea de buscarle una esposa de buenas características para que compensando por las taras del muchacho, lograra haber prole decente. La escogida fue la joven Sofía Augusta Federica de Anhalt Zerbst, una princesa alemana, quien arribó a Rusia escoltada por su adusta madre. Esta joven se convirtió a la fe ortodoxa rusa y a un año y medio de haber arribado a Rusia, se casó un 24 de agosto de 1746 en San Petersburgo con el taradito Pedro. Pedrito no quiso consumar su matrimonio pues puso a su nueva esposa a jugar soldaditos con él en la cama. Cuando se aburrió de jugar, abrió hoyos en un closet para practicar el voyeurismo, espiando a su tía la emperatriz haciendo el amor con sus amantes. Más de 8 años sería virgen Catalina- pues así se llamó la princesita alemana tras su conversión a la fe ortodoxa- hasta que Elizabeth perdió la paciencia esperando que su tonto sobrino cumpliera su deber de marido. Elizabeth le presentó a su sobrina política a Sergio Saltykov, quien tuvo que cumplir con la faena del desvirgamiento que el propio Pedro no podía por padecer de fimosis. Tras dos abortos espontáneos, Catalina dio a luz al futuro Pablo I, siendo éste hijo biológico de Saltykov y no de Pedro. Este niño se lo quitaron a Catalina desde el momento del parto y fue criado por la emperatriz hasta que ésta murió. Pedro se rascaba la cabeza preguntándose cómo podía Catalina salir pipona si él no la tocaba, y fue cuando su tía lo hizo operar de la fimosis para que pudiera asumir los embarazos de Catalina, quien a estas alturas ya tenía deseos de seguir aumentando su rosario de amantes. Es de esperarse que a estas alturas del campeonato, Catalina y Pedro se detestaban con lo que solo puede llamarse odio regio. Pedro insultaba a su esposa en público, amenazando con divorciarse de ella. Apenas Pedrito se dio cuenta que sus menudencias ya funcionaban, se echó encima de amante a la fea pero amable Elizaveta Vorontsova, quien a pesar de tener cara de ardilla enloquecida, llegó a amar a Pedrito. Jugaba a los soldaditos con él y le prendía fuegos a casas para que su amado gozara. En cuanto a Catalina, Pedro cada día la odiaba más, sobre todo que ella se hacía muy amiga de la emperatriz. Para 1756, cuando Rusia estaba en guerra contra Austria, Suecia, Polonia, Francia, y Sajonia, Pedrito manifestó su disgusto cuando su regia tía quiso castigar en el campo de batalla a su ídolo Federico el Grande de Prusia, y expresó algunas interjecciones que hicieron que el pueblo ruso le catalogara como traidor. Prusia se vio en alitas de cucarachas, pero en enero de 1762, se salvó cuando la emperatriz Elizabeth murió. Quedaba en el trono Pedrito como Pedro III, y lo primero que hizo al verse zar fue anunciar que Rusia se retiraba del conflicto bélico. Pedro entonces devolvió los territorios tomados a Prusia, abolió la chancillería secreta, prohibió el uso del látigo múltiple, introdujo un nuevo sistema de patrullas policiales y puso alumbrado público a la capital. Pero el pueblo no olvidó su conducta errática en el funeral de su tía, y lo tildaron de loco de cuidado. A los rusos tampoco les gustó que Pedro quisiera prusianizar al país, y despidió al regimiento Preobrazhensky. Esta fue la gota que colmó el vaso, ya que los rusos tampoco soportaban que Pedro quisiera instalar la religión luterana por encima de la fe ortodoxa. Aunque el 15 de abril de 1762 se mudó al palacio de invierno con su esposa, “hijo” y sucursal, cometió el craso error en medio de una borrachera de amenazar con enviar a su esposa Catalina a un convento. Gregorio Orlov, quien a estas alturas ya era amante de Catalina, juntó a sus otros tres hermanos y montaron una conspiración para sacarse de encima al estorboso Pedro. Mientras Pedro jugaba a los soldaditos, Catalina se enfundó en un traje militar y acompañada por los Orlov, hizo un conmovedor rol de Madre Rusia. Logró la lealtad de las fuerzas armadas, quienes la juramentaron como soberana autócrata. Cuando Pedro se dio cuenta de lo sucedido, le mandó una carta a su esposa pidiendo que le conservara cuatro cosas aunque ella tomara el trono: su vida, su perro, su amante y su sirviente negro. A final de cuentas, tras firmar su documento de abdicación, Pedro fue llevado a su retiro de campo Ropsha. El 6 de julio de 1762 fue asesinado por los hermanos Orlov, probablemente con la venia de Catalina, ya que era peligroso dejarlo vivo para que luego buscara alianza con su ídolo Federico II de Prusia. En su vejez, uno de los Orlov afirmaría que era buscado por el fantasma de Pedro. El cuerpo del pobre flacucho fue encontrado cubierto de golpes, y con la cara renegrida como consecuencia de asfixia. Se cree que le metieron unas dos servilletas garganta abajo para acabar con él. Catalina por supuesto dio perdón a los asesinos y en una escueta nota dijo que su marido el emperador había muerto a consecuencia de un violento cólico (“pedo atravesado” en jocosas palabras de Gregorio Orlov) que no pudo expulsar. Catalina entonces pudo reinar más o menos tranquilamente como Catalina II de Rusia, pasando a ser un buen ejemplo de déspota ilustrada y ganándose el sobriquet de La Grande, ya sea por su don de mando o por su voracidad para consumir buena cantidad de amantes.