Pensaba en cómo trabajaban las neuronas espejo el otro día, mientras jugaba con uno de mis sobrinos, de tres años, y observaba cómo repetía con y sed, cada uno de los sonidos de sus animales de juguete. Como un espejo diminuto, yo veía mi expresión, mis ruidos, y mis gestos en sus manitas. Se empapaba de mi apariencia y mis palabras, y las convertía en suyas sin el menor esfuerzo.
Pensaba, como paso posterior, en las noticias atroces con las que nos bombardean a diario y, en especial, en las que nos han golpeado durante los meses de la crisis que soportamos. Mensajes de miseria, miedo, pobreza. Mensajes que prometen ser los mismos, o peores, durante los siguientes meses, o incluso años. Sería absurdo negar lo evidente de un problema económico: pero lo cierto es que entre todos nosotros, afectados de manera más directa o menos, se ha propagado una tristeza y una desesperación muy superior a la situación real. Pensaba en el abatimiento que me domina cuando salgo de alguno de los programas de tertulia en los que participo, en cómo absorbo, como una esponja, cada mensaje negativo. La desgracia de perder la casa, o un empleo, no puede sino despertar simpatía y solidaridad entre quienes rodean a esa persona: puede ser que lo viva con un dolor inmenso, o incluso con cierta liberación, aplicando el sentido positivo de la palabra crisis. Pero si el mensaje del entorno no cambia, si la insistencia en nuestros problemas como nación, la culpa generada por los buenos momentos pasados o el gato que, no lo olvidemos, nos dijeron que podíamos soportar, no cesan, reaccionaremos como víctima, como monigotes sujetos a una ley irrebatible. El modo en el que se nos informa de los cambios necesarios para afrontar deudas y gastos genera culpabilidad en unos, indignación en otros, impotencia en la mayoría. Es decir, elimina lo mejor de una sociedad en democracia: la certeza de que el ciudadano es dueño de su destino y responsable de la mejora de su país a través de la elección. Es necesario, por lo tanto, que reservemos la empatía de nuestras preciosas neuronas espejo para imitar a quienes inician modelos provechosos, a los optimistas y a nuestros seres amados. Y mientras los mensajes no varíen, al menos no difundirlos sin añadir una gota de optimismo. Somos responsables de nuestras palabras y del efecto que en otros causan. Yo, a partir de ahora, sólo quiero transmitir sonrisas.