Benito lleva cinco minutos hablando por teléfono con su hermana. De pronto se produce una pequeña pausa en la conversación. Como está delante del ordenador, no puede evitar consultar el correo electrónico. Cuando ya ha colgado siente un leve malestar: ahora se da cuenta de que realmente no estaba escuchando lo que le decía su hermana… y tampoco ha leído bien los e-mails. ¿Qué ha ocurrido? En Chicago, el profesor Csikszenmihalyi, un psicólogo que ha descrito el estado de rendimiento óptimo, que denomina flujo (flow, en inglés), realizó un estudio exhaustivo para tratar de entender mejor este mecanismo. Durante varios años se dedicó a interrumpir al azar la jornada de centenares de personas que estaban realizando sus actividades habituales. En ese momento les preguntaba qué estaba haciendo, en qué estaban pensando y cómo se sentían. ¿Y cuál fue su mayor descubrimiento? Pues que cuando no centramos la atención en una actividad exterior, casi todos tenemos, de forma espontánea, pensamientos negativos. Por eso todos buscamos estar ocupados. Y leemos los e-mails mientras estamos hablando por teléfono, vemos la tele mientras cenamos, escuchamos la radio mientras bañamos a los niños, etc. El otro descubrimiento del estudio fue que sólo obtenemos placer verdadero cuando tenemos la atención completamente concentrada en una única cosa: una conversación, la elaboración de una buena receta o una película que nos fascina. En definitiva, , únicamente cuando no dividimos nuestra atención en varias tareas. Porque la atención es energía pura. Transforma lo que toca. Los animales y los niños muchas veces lo saben mejor que nosotros. Cuando vienen hacia nosotros, lo que buscan es más la atención que el alimento, el calor o el dinero. Ocurre algo similar con el amor y la pasión de los adultos: no hay nada más fuerte que mirarse a los ojos interminablemente…
La mejor prueba de que nuestra atención vale muy cara es el dinero que se gastan los publicistas y las cadenas de televisión para atraerla: “¡Mírame! ¡Mírame!”, parece que nos estén gritando… Sin embargo, no somos muy conscientes de esa riqueza que poseemos. Aunque únicamente con nuestra atención podemos transformar cada momento, cada relación, igual que el alquimista podría transformar el plomo en oro. Los terapeutas más importantes tenían una capacidad de atención extraordinaria hacia los demás. Sabían concentrarse totalmente en lo que decía la persona a la que estaba escuchando y excluir cualquier otro pensamiento. Era el caso de Freud, Rogers, Erickson o Dolto. A menudo se escuchaba decir acerca de ellos: “Tenía una mirada tan intensa que parecía que me traspasara con los ojos”. Aunque no poseamos su talento, nosotros también podemos escoger centrar este precioso recurso totalmente en el presente, en una única cosa o en una sola persona. Y podemos empezar, por ejemplo, no leyendo más nuestros e-mails mientras estamos hablando por teléfono…