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General: LA LLORONA
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Respuesta  Mensaje 1 de 1 en el tema 
De: amatisa  (Mensaje original) Enviado: 19/03/2013 23:39
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LA LLORONA
Leyenda Mexicana del Periodo Virreinal

Consumada la conquista y poco más o menos a mediados del

siglo XVI, los vecinos de la ciudad de México que se recogían

en sus casas a la hora de la queda, tocada por las campanas de

la primera Catedral; a media noche y principalmente cuando

había luna, despertaban espantados al oír en la calle,

tristes y prolongadísimos gemidos, lanzados por una mujer

a quien afligía, sin duda, honda pena moral o tremendo dolor físico.

Las primeras noches, los vecinos contentábanse con

persignarse o santiguarse, que aquellos

lúgubres gemidos eran,

según ellas, de ánima del otro mundo; pero

fueron tantos y repetidos y se prolongaron

por tanto tiempo, que algunos osados y despreocupados,

quisieron cerciorarse con sus propios ojos qué era aquello;

y primero desde las puertas entornadas, de las

ventanas o balcones, y enseguida atreviéndose a salir por las

calles, lograron ver a la que, en el silencio de las obscuras noches

o en aquellas en que la luz pálida y transparente de la luna caía como

un manto vaporoso sobre las altas torres, los techos y

tejados y las calles, lanzaba agudos y tristísimos gemidos.

Vestía la mujer traje blanquísimo, y blanco y espeso velo cubría

su rostro. Con lentos y callados pasos recorría muchas calles

de la ciudad dormida, cada noche distintas, aunque sin faltar

una sola, a la Plaza Mayor, donde vuelto el velado rostro hacia el

oriente, hincada de rodillas, daba el último angustioso y

languidísimo lamento; puesta en pie, continuaba con el paso lento

y pausado hacia el mismo rumbo, al llegar a orillas del

salobre lago, que en ese tiempo penetraba dentro de algunos

barrios, como una sombra se desvanecía.

"La hora avanzada de la noche, - dice el

Dr. José María Marroquí-

el silencio y la soledad de las calles y plazas, el traje, el aire,

el pausado andar de aquella mujer misteriosa y, sobre todo,

lo penetrante, agudo y prolongado de su gemido, que daba

siempre cayendo en tierra de rodillas, formaba un conjunto

que aterrorizaba a cuantos la veían y oían, y no pocos de

los conquistadores valerosos y esforzados, que habían

sido espanto de la misma muerte, quedaban en presencia

de aquella mujer, mudos, pálidos y fríos, como de mármol.

Los más animosos apenas se atrevían a seguirla a larga

distancia, aprovechando la claridad de la luna, sin lograr

otra cosa que verla desaparecer en llegando al lago, como

si se sumergiera entre las aguas, y no pudiéndose

averiguar más de ella, e ignorándose quién era, de

dónde venía y a dónde iba, se le dio el nombre de La Llorona."

Tal es en pocas palabras la genuina tradición popular

que durante más de tres centurias quedó grabada en la

memoria de los habitantes de la ciudad de México y que

ha ido borrándose a medida que la sencillez de nuestras

costumbres y el candor de la mujer mexicana

han ido perdiéndose.

Pero olvidada o casi desaparecida, la conseja de La Llorona

es antiquísima y se generalizó en muchos lugares

de nuestro país, transformada o asociándola a crímenes

pasionales, y aquella vagadora y blanca sombra de mujer,

parecía gozar del don de ubicuidad, pues recorría caminos,

penetraba por las aldeas, pueblos y ciudades, se hundía

en las aguas de los lagos, vadeaba ríos, subía a las cimas

en donde se encontraban cruces, para llorar al pie de ellas

o se desvanecía al entrar en las grutas o al acercarse a las

tapias de un cementerio.

La tradición de La Llorona tiene sus raíces en la

mitología de los antiguos mexicanos. Sahagún en su

Historia (libro 1º, Cap. IV), habla de la diosa

Cihuacoatl, la cual "aparecía muchas veces como una

señora compuesta con unosatavíos como se usan en Palacio

; decían también que de noche voceaba y bramaba en el aire...

Los atavíos con que esta mujer aparecía eran blancos,

y los cabellos los tocaba de manera, que tenía como unos

cornezuelos cruzados sobre la frente". El mismo

Sahagún (Lib. XI), refiere que entre muchos augurios o

señales con que se anunció la Conquista de los

españoles, el sexto pronóstico fue "que de noche se oyeran

voces muchas veces como de una mujer que angustiada

y con lloró decía: "¡Oh, hijos míos!, ¿dónde os llevaré para

que no os acabeís de perder?".

La tradición es, por consiguiente, remotísima; persistía a la

llegada de los castellanos conquistadores y tomada ya la

ciudad azteca por ellos y muerta años después doña Marina,

o sea la Malinche, contaban que ésta era La Llorona, la cual

venía a penar del otro mundo por haber traicionado a los

indios de su raza, ayudando a los extranjeros para

que los sojuzgasen.

"La Llorona - cuenta D. José María Roa Bárcena -, era

a veces una joven enamorada, que había muerto en

vísperas de casarse y traía al novio la corona de rosas blancas

que no llegó a ceñirse; era otras veces la viuda que veía a llorar

a sus tiernos huérfanos; ya la esposa muerta en ausencia del

marido a quien venía a traer el ósculo de despedida que no

pudo darle en su agonía; ya la desgraciada mujer,

vilmente asesinada por el celoso cónyuge, que se aparecía

para lamentar su fin desgraciado y protestar su inocencia."

Poco a poco, al través de los tiempos la vieja tradición de

La Llorona ha ido, como decíamos, borrándose

del recuerdo popular. Sólo queda memoria de ella en los

fastos mitológicos de los aztecas, en las páginas de

antiguas crónicas, en los pueblecillos lejanos, o en los labios

de las viejas abuelitas, que intentan asustar a sus

inocentes nietezuelos, diciéndoles: ¡Ahí viene La Llorona!

Del libro: Las calles de México, Leyendas y sucedidos. Luis González Obregón


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