Contra todo florecen los almendros. Protesta radical e inquebrantable.
Este siglo veloz sin concesiones ya no tiene un talón visible; más que un ojo tiene mil y no hay David que pueda ya vencerlo. Escasean los héroes en esta era de plasma y, con todo, florecen los almendros.
Creer en el amor tampoco sirve –contra el amor las flores han marchado–, de amor están repletas las cunetas; entre los vivos solo persiste el verde amor por el dinero. Mienten las dependientas el catorce y por eso florecen los almendros.
Por el Sapo Dorado, el Tigre Persa, por el León del Cabo y el Dodó, el Pingüino Gigante, el Águila de Haast y el Tilacín, la Paloma Viajera, el Pájaro Carpintero Imperial, por el Ciervo de Schombrurgk llevan su luto blanco los almendros.
Porque hoy en día existen los esclavos –las flores lo repiten: ¡hay esclavos!– y lugares oscuros y cárceles sin nombre donde la vida es sólo un agujero. Con la voz de los mudos se resisten a callar los almendros.
Hay un dolor oculto en primavera, nada sabe del hombre, de su historia de guerras y desastres, también este dolor es algo hermoso, hermoso, ambiguo y brevemente eterno; es la pena inefable que hace estallar de amor a los almendros.
En este florecer tan subversivo se han ido las pasiones de otros años, se ha ido la esperanza con la escarcha de enero y con el agua que tímido se adentra en un febrero que es testigo del cambio y del combate: contra todo florecen los almendros.