Rituales
y manías,
entre el juego y la obsesión
Millones de personas se declaran supersticiosas y reconocen que,aunque ridículos, determinados rituales las ayudan a superar momentos de estrés o de inquietud. En principio, inofensivos, podrían convertirse en un problema si afectan a nuestro día a día.
Cada noche Mª del Carmen, de 44 años, realiza el mismo ritual. Antes deacostarse se quita los pendientes –obsequio de su padre- y la alianza de casada; después lo deja todo en el armario rodeándolo con la pulsera que le regaló su madre. “No me preguntes por qué, pero de esta manera tengo la impresión de que nada malo nos puede pasar”, confiesa avergonzada.
Raúl es un funcionario de 38 años que cuando ve en la agenda que se acerca un martes 13 procura no organizar ninguna reunión ni plantearle a su jefe temas que considera espinosos. “Estoy seguro de que no será un buen día y prefiero no tentar la suerte”, apunta. Son pequeñas reglas que forman parte de nuestras vidas, que utilizamos como mecanismo de autoprotección ante la incertidumbre, el miedo y el estrés y que constituye una expresión externa de la ansiedad padecida en momentos concretos. Según los expertos, estos juegos no constituyen un problema en sí mismo. Sólo llegan a serlo si se convierten en un hábito que afecta a nuestras relaciones o tienen su origen en una disfunción cerebral, en cuyo caso nos estaríamos enfrentando al TOC (trastorno obsesivo-compulsivo).
La necesidad de control
Nuestra cultura está plagada de supersticiones colectivas cuyo origen se sitúa en las civilizaciones griega y romana, aunque algunos expertos afirman que su gran florecimiento se dio en la Edad Media. Como anécdota, en el Código de Hammurabi (conjunto de leyes de 1692 a.C.) no existe el punto decimotercero. Tocar madera para atraer suerte, no dejar nunca el bolso en el suelo (en caso contario, se irá el dinero), comernos doce uvas y vestir lencería roja en Nochebuena o decir “Jesús” tras el estornudo de alguien (tradición medieval derivada de la creencia de que el estornudo era sinónimo de perder el alma) son rituales habituales entre nosotros. Y de estos juegos que conjuran la suerte no se libran ni los personajes más famosos. Jorge Javier Vázquez, presentador, necesita ver cerrada la puerta del plató porque puede irse la audiencia; Dani Güiza, el futbolista, siempre entra en el campo con el pie derecho; el piloto Fernando Alonso se `pone la bota derecha primero. Para los expertos estas pequeñas manías no hacen daño a nadie y tienen su origen, igual que las colectivas, “en la necesidad de sentir control sobre las circunstancias, de controlar lo incontrolable, de influir en los acontecimientos”. Los seres humanos mantenemos una mala relación con la incertidumbre. “Las supersticiones, colectivas o individuales, tienen un objetivo similar: nos ayudan a reducir la ansiedad ante situaciones para las que no tenemos una clara respuesta”, corrobora Marta Labrador, psicóloga.
Combatir la angustia
Algunas teorías afirman que es en la niñez –en torno a los cinco años o al desarrollarse suficientemente nuestras estructuras física y mental- cuando nos iniciamos en este tipo de pensamientos mágicos. Los niños se enfrentan a un mundo desconocido, a veces desconcertante, y espontáneamente desarrollan estrategias que les permitan vencer la adversidad (desde dormir siempre con el mismo osito de peluche hasta ka necesidad de oír un cuento porque si no, no se duermen). Sin embargo, para María Labrador la edad no es tan determinante. “Las supersticiones, individuales o colectivas, surgen alrededor de alguna situación complicada que puede aparecer en cualquier momento de la vida, aunque es verdad que cuanto más joven se es, menos soluciones suelen tenerse”.
Del ritual al trastorno
Cuando esas leyes personales se convierten en un hábito que condiciona nuestra vida cotidiana y su grado de interferencia en ella es elevado, ya no hablamos de pensamientos mágicos sin de un trastorno patológico. “Si a una persona que tiene este tipo de reglas la obligas a realizar la misma actividad sin ellas y es incapaz de hacerlo o experimenta un sufrimiento psicológico profundo, es cuando existe un problema y podemos hablar de patología”. Si esta enfermedad está provocada por una disfunción del cerebro se denomina trastorno obsesivo-compulsivo (TOC). “Las supersticiones no pueden equipararse a los trastornos obsesivos. Estos tienen unas connotaciones especiales. Son incómodos para el individuo, que los vive como algo impuesto sobre él”, afirma el doctor Julio Vallejo, catedrático de psiquiatría.
El TOC no bebe de fuentes culturales, como la superstición. Tiene un origen biológico. Las nuevas técnica de estudio de la imagen cerebral han permitido comprobar que las personas que padecen esta enfermedad muestran una alteración en el cerebro (en el denominado Circuito de Alexander) que las conduce a ejecutar el ritual innumerables veces al día. “Una persona que no muestre la enfermedad realizará su ritual y no se acordará más en todo el día”, analiza Vallejo. La persona obsesiva puede lavarse decenas de veces las manos, inspeccionar repetidamente que todo esté en orden antes de salir de la casa para que no ocurra ninguna catástrofe o realizar cálculos con todos los números que la rodean para encontrarles un significado.
ISABELLE TAUBE/CARMEN GRASA